Salvador Oriola
Universidad
de Barcelona, España
Josep Gustems
Universidad
de Barcelona, España
Fecha de recepción: 17 de julio de 2020.
Fecha de aceptación: 20 de noviembre de 2020.
Resumen
La música y su
influencia sobre las emociones es un tema ampliamente tratado a lo largo de la
historia de la música, sobre todo de forma aplicada. Es en estas últimas
décadas cuando se han efectuado estudios científicos sobre la música como
estímulo emocional. Algunos métodos, como la neuroimagen o las hormonas
permiten un análisis detallado de los efectos de la música y el sonido sobre el
ser humano. Este trabajo presenta las aportaciones más notables en este sentido
a la vez que plantea actuaciones en el ámbito de la educación emocional
mediante el uso de la música. La conciencia emocional y la regulación
emocional, entre otras competencias, pueden verse claramente favorecidas
gracias al uso de la música en la vida de las personas.
Palabras clave: música,
emoción, educación emocional, educación musical
Abstract
The topic of music and its influence on emotions is discussed wide
throughout the history of music, especially in an applied way. In recent
decades we find scientific studies on music as an emotional stimulus. Some
methods, such as neuroimaging or hormones, allow a detailed analysis of the
effects of music and sound on the human being. This work presents the most
notable contributions in this regard, at the same time as it proposes actions
in the field of emotional education through the use of music. Emotional
awareness and emotional regulation, among other skills, can be favored because
the use of music in people's lives.
Keywords: Music; emotion; emotional
education; music education
Existe una multitud de definiciones sobre
qué es la música, expuestas por autores tan relevantes como Copland (2010),
Stravinsky (2008) o Zamacois (2002), entre otros. Si tuviéramos que sintetizarlas
y encontrar sus puntos en común, podríamos afirmar que la música es una
combinación organizada de sonidos y silencios que transcurren en el tiempo,
cuyo compositor persigue una finalidad creativa. Por lo que la música sería un
arte temporal no conceptual, puesto que transcurre en el tiempo y no transmite
ningún concepto definido, aunque su creador haya tenido que pensar previamente
en una idea y organizarla para poder llegar a un resultado final. Dicho
resultado, al igual que ocurre con otras artes, tiene como objetivo despertar
una respuesta emocional en las personas que lo perciben.
De acuerdo con Peretz
(2006), la respuesta emocional que suscita la música tiene carácter universal,
de ahí que haya estado presente a lo largo de toda la historia de la humanidad,
en todas las épocas y sociedades. Si se hace una breve retrospectiva sobre el
uso de la música y su vinculación con la emoción, encontramos, por ejemplo, cómo
en la Antigua Grecia la creación de la música según diferentes modos (organización predefinida de
sonidos, parecida a una escala) tenía como objetivo modificar los estados de
ánimo de los ciudadanos y adecuar la música a cada circunstancia o momento. En
la Edad Media, los cantos gregorianos tenían, en general, una finalidad moral y
también adoptaron la organización modal de los griegos. En el Barroco, con la teoría
de los afectos, la música pretendía intensificar y resaltar el mensaje del
texto que la acompañaba. En el Romanticismo, la música era considerada el arte
por excelencia, que podía llegar allá donde las palabras ni las imágenes podían
hacerlo (Polo, 2010). A partir de finales del siglo XIX y principios del siglo
XX, con la llegada del fonógrafo, la radio y otros reproductores musicales, el
acceso de la población a la música aumentó significativamente, y con el
progreso imparable de las nuevas tecnologías se ha acrecentado hasta tal punto
que hoy en día cualquier persona con un dispositivo móvil puede escuchar todo tipo
de música desde cualquier sitio y siempre que desee. Por consiguiente, la
música desempeña un sinfín de funciones en la vida actual de las personas. Por ejemplo,
sirve para cambiar el estado de ánimo, como medio de socialización, como
elemento identitario, para acompañar otras tareas (caminar, chatear, estudiar,
limpiar), como recurso para la diversión y el entretenimiento, para aprender
(lenguaje musical, instrumentos musicales, conceptos extramusicales), como
elemento estético y cultural, para recordar y revivir momentos pasados, para la
creación audiovisual, etcétera (Oriola y Gustems, 2015; Rentfrow, 2012).
Todas las funciones y
usos citados de la música a lo largo de la historia y las diferentes culturas tienen
un denominador común: su relación con la emoción. Si la música siempre ha
estado presente en la vida de las personas es porque emociona, de ahí que algunos
autores como Juslin y Vastfjall (2008) o Schulkin y Raglan (2014) la consideren
una característica inherente del ser humano. Pero, ¿cómo y por qué nos emociona
la música? ¿Cómo procesa el cerebro humano una canción? ¿Cómo se puede utilizar
la música como recurso en la educación emocional? Éstas son algunas de las
preguntas que intentaremos desvelar a lo largo del presente artículo.
Existen diferentes tipologías de emociones.
Algunos autores como Ekman (1999), Izard (1977) o Plutchik (1991) coinciden en
señalar que las emociones primarias o básicas (miedo, rabia, alegría, tristeza,
entre otras) son los mecanismos utilizados por las personas para su
supervivencia. A partir de las emociones básicas se pueden generar y distinguir
familias de emociones secundarias o derivadas, que son estados emocionales
semejantes entre sí, pero con matices más sutiles (intensidad, duración, objeto
o cualidades vivenciales) que las alejan del concepto de emociones primarias
(Casassus, 2007). Este tipo de emociones incluyen aspectos de carácter social,
como normas y valores de la propia cultura, así como una autovaloración de la
propia persona, por lo que es necesario situarlas en un contexto determinado y
precisan de un desarrollo madurativo para que puedan emerger (Abe e Izard,
1999).
La emoción experimentada a
partir de la música o cualquier otro arte resulta difícil de clasificar según
estos parámetros, puesto que en algunas ocasiones no coinciden plenamente con
ellos. Con la música sentimos escalofríos, cambiamos nuestro estado de ánimo o
intensificamos emociones primarias y secundarias, particularidades de lo que se
conoce como emoción estética (Gustems, Oriola y Bisquerra, 2018). Por lo tanto,
se puede definir la emoción musical como toda respuesta emocional suscitada a
partir de la exposición, recuerdo o imaginación de cualquier tipo de música. Hunter
y Schellenberg (2010) afirman que las respuestas emocionales ante la música
difieren de las emociones cotidianas o básicas, porque se activa un tipo de
sentimiento en el que el comportamiento y los cambios fisiológicos, aunque
muchas veces sean similares a éstas, son confusos y difíciles de fundamentar
con respecto a la supervivencia.
Desde psicología de la
música y las neurociencias se investiga para concretar cómo son dichas respuestas
emocionales y sus implicaciones a nivel cerebral. Para ello se utilizan y se
combinan instrumentos evaluativos de distinta índole como autoinformes, neuroimágenes,
análisis de respuestas fisiológicas y neuronales.
Los autoinformes están
formados por unas preguntas con las que se pretende conocer las emociones que el
oyente o el intérprete siente o experimenta ante una música determinada
(Eerola, Friberg y Bresin, 2013); a veces eligiendo entre las emociones que se siente
y su graduación; o bien, basándose en el modelo circumplejo de Russell (1980),
además señalando la valencia y el arousal
(Illie y Thompson, 2006). Asimismo, existen instrumentos como el ESM (Experience-Sampling
Methodology) o el CRDI (Continuous Response Digital Interface) con
los que se pretende conocer la constancia o variación de las respuestas
emocionales ante una pieza musical dependiendo de la situación, el momento del
día, el grado de concentración, etcétera (Schubert, 2010).
Con los instrumentos
evaluativos sobre el análisis de respuestas fisiológicas y neuronales se trata
de evaluar cómo reaccionan las personas ante la música y los parámetros que la
conforman, por ejemplo, ante una canción valorada con una valencia positiva y
un alto nivel de arousal las personas suelen emitir respuestas
comportamentales como microexpresiones faciales o musculares (Logeswaran y
Bhattacharya, 2009), respuestas fisiológicas como escalofríos (Harrison y Loui,
2014), o respuestas cognitivas como la mejora del estado anímico (Jallais y
Gilet, 2010).
Las neuroimágenes a
través de encefalogramas (EEG), resonancias magnéticas funcionales (FMRI) o
tomografías por emisiones de positrones (PET) permiten visualizar la actividad
neuronal que se produce ante la percepción musical. Los resultados obtenidos
hasta la fecha mediante las neuroimágenes revelan que la emoción musical es un
complejo proceso multifactorial en el que interactúa una amplia red de
estructuras neuronales corticales, subcorticales y del oído interno (Sel y
Calvo-Merino, 2013).
Cuando las señales acústicas de la música llegan
al oído interno se transducen en señales eléctricas. Algunos de sus parámetros
básicos (tono, timbre e intensidad) son analizados en un primer momento por las
regiones talámicas y subtalámicas (Montalvo y Moreira-Vera, 2016). Este primer
análisis multisensorial interactúa con varias redes corticales y subcorticales
mediadas por vías talámicas y tiene lugar antes de que la señal pueda ser
interpretada como música (Jaschke, 2019). Posteriormente, la información pasará
a la corteza sensorial auditiva, encargada de analizar al detalle todos los
parámetros musicales y transformarlos en la sensación musical final.
Algunos estudios
demuestran que personas que han recibido un entrenamiento musical y, por
consiguiente, han ejercitado la corteza cerebral de forma completa, poseen un
mayor volumen cortical que repercute positivamente en funciones cognitivas en
las que interviene dicha zona (Cheung et
al., 2017; Justel y Diaz, 2012; Strait et
al., 2015). Con la percepción musical, además de la corteza auditiva,
también se activan de forma significativa áreas de la corteza motora, puesto
que la percepción y la acción se encuentran estrechamente relacionadas; así
pues, es natural que cuando se escucha música, muchas veces comiencen a moverse
ciertas partes del cuerpo en acompañamiento a lo escuchado (Gordon, Cobb y
Balasubramaniam, 2018).
La información elaborada
por la zona cortical pasa hacia el interior del cerebro, concretamente al
sistema límbico y paralímpico, epicentros de la actividad emocional. Ésta es la
razón científica de por qué la música evoca o despierta respuestas emocionales
de tipo estético. Dichas respuestas están asociadas con modulaciones significativas
en la amígdala, el hipocampo, los polos temporales, el giro parahipocámpico,
etcétera (Juslin y Vastfjall, 2008; Sel y Calvo-Merino, 2013). Por ejemplo, la
percepción de una música valorada como negativa aumenta la actividad en la
amígdala, frente a una música placentera que la disminuye (Blood y Zatorre,
2001; Koelsch, 2010). Todas estas modulaciones aportarán a la persona un fuerte
componente sentimental que algunas veces irá acompañado de cambios
neurofisiológicos, cognitivos o comportamentales significativos como ocurre con
las emociones utilitarias, aunque no siempre conlleve dichos cambios (Oriola y
Gustems, 2015).
La música, al igual que
otras artes, es especialmente apta para inducir, preferentemente, unas determinadas
emociones más que otras (ver gráfico 1). En una investigación sobre artes y
emociones, se constató cómo la música es un arte especialmente eficaz en
inducir entusiasmo, felicidad, relajación e incluso tristeza, siendo éstas sus
principales aplicaciones, mientras que es mucho menos utilizada para provocar
pasividad, ansiedad o aburrimiento (Calderón
et al., 2020).
Conviene tener presente que la ejecución y el estudio
musicales frecuentemente conllevan emociones de signo negativo, sobre todo ante
exámenes o conciertos. De esta forma se genera el denominado “pánico escénico” ante
la interpretación musical, que también comparten los actores y que debe
tratarse con mucho cuidado por las consecuencias que puede acarrear a los
profesionales (Kenny, 2011).
Gráfico 1. Puntuaciones medias de las emociones provocadas por
las distintas artes
Fuente: Calderón et al.,
2020.
Otro aspecto
neurobiológico relacionado significativamente con la respuesta emocional suscitada
por la música es el aumento de nivel en neurotransmisores como la serotonina o
la dopamina y la reducción de hormonas estresantes como la adrenalina (Altenmüller
y Schlaug, 2012; Gangrade, 2012). También se ha comprobado que la emoción musical
puede favorecer el incremento de la conectividad cerebral y la densidad de la
materia gris (Zamorano et al., 2017).
Por ello el entrenamiento musical es considerado por muchos autores (Sel y
Calvo, 2013; Soria-Urios, Duque y García-Moreno, 2011) como un recurso
terapéutico más para el tratamiento de diversos síndromes y enfermedades
(reducir el estrés, mejorar el estado de ánimo, apaciguar el dolor, entre otros),
ya sea rehabilitando o bien estimulando conexiones neuronales alteradas.
Con este breve resumen sobre
la neuroarquitectura de la emoción musical se pretende ofrecer una idea general
del funcionamiento de nuestro cerebro ante la música. Con los estudios
realizados hasta la fecha se puede afirmar que la música, como estímulo emocional
multisensorial más allá del oído, activa una extensa red de áreas cerebrales
interconectadas que actúan de forma concertada por lo que, tal y como afirman
Buentello, Martínez y Alonso (2010), es necesario realizar más estudios en
todas las áreas de las neurociencias para describir el sistema cerebral musical
de una forma más precisa y así tener un mayor conocimiento de la función
cerebral general.
Con la percepción musical se activan
muchas zonas cerebrales relacionadas con las emociones, pero la respuesta
emocional ante la música difiere de las emociones básicas y secundarias. Las
emociones “estéticas”, concretamente las suscitadas por la música, se pueden
aprovechar para adquirir, desarrollar y mejorar competencias emocionales de
diferente índole a través de la transversalidad existente entre la educación
musical y la educación emocional. Como afirma Bisquerra (2009, p. 173) “las emociones
estéticas son la respuesta emocional ante la belleza”, lo que lleva implícito
una valoración estético-cognitiva que ayude a reconocer y apreciar las
cualidades y los detalles de cada pieza de arte.
En el caso de la música,
factores como la atención, la formación, el bagaje cultural, la edad, los
gustos personales, entre otros, hacen que no siempre exista la misma respuesta
emocional ante una determinada escucha. Pero cuando ésta se da, la persona puede
reaccionar de diferentes formas por la intervención de dichos factores, que
pueden interactuar o presentarse de forma aislada (Konečni, 2008). De ahí la
importancia de una buena educación musical,[1] la cual contribuirá a
apreciar, valorar, disfrutar y tener una capacidad más crítica ante cualquier
pieza musical.
La educación musical
dotará de habilidades y recursos a las personas para que no sólo se queden en
un aprecio superficial de aquello que escuchan o interpretan, sino que puedan
analizar y, por consiguiente, disfrutar de todos sus detalles (Oriola y
Gustems, 2016). La formación en cualquier arte es proporcional a su disfrute y
emoción. Por ejemplo, si se escucha una canción sin una formación musical
específica, a uno le puede gustar y emocionar por el contenido de la letra o por
la melodía que son, tal y como afirma Willems (2011), los aspectos más
perceptibles y sentimentales del discurso musical, pero con una formación más
extensa se pueden descifrar aspectos rítmicos y armónicos que permitirán al
oyente conocer con mayor profundidad la canción, lo cual contribuirá a una
emoción más intensa o a ser más críticos y no quedarse con cualquier canción comercial
que, generalmente, utiliza unos patrones rítmicos y armónicos muy similares.
Desde la perspectiva de
la educación emocional, la citada formación musical puede repercutir
positivamente en las competencias que la integran: conciencia emocional,
regulación emocional, autonomía personal, competencia social y competencias
para la vida y el bienestar (Bisquerra y Pérez-Escoda, 2007).
La conciencia emocional,
cuyo principal eje es conocer e identificar las emociones tanto propias como
ajenas, se puede trabajar a través de la audición, la interpretación o la
creación. La música en todas sus vertientes es un recurso que evoca o despierta
emociones por lo que, cuanta más música se conozca y se practique, más
emociones estéticas se podrán experimentar, lo que conllevará un aumento en la
alfabetización respecto a tipología de emociones (Oriola y Gustems, 2015).
La regulación emocional
basada en el buen uso de las emociones se puede trabajar a través de una
educación auditiva activa y consciente de géneros musicales diversos. Todo ello
favorecerá que la persona aumente su bagaje cultural y emocional; cuantos más
tipos de música se conozcan, más recursos se dispondrán para regular las
emociones (calmarse, motivarse, relajarse, etcétera). Como afirma Trallero
(2013), cada persona puede elaborar un listado de audiciones personales para su
autorregulación emocional, que funcionan a modo de “botiquín músico-emocional”.
La autonomía emocional relacionada
con la autogestión de las emociones (autoestima, actitud positiva, entre otras)
guarda una estrecha relación con la educación musical, tal y como afirma
Mosquera (2013), todas las actividades musicales repercuten positivamente en el
estado emocional personal, en la construcción de la propia identidad y,
consecuentemente, favorecen aspectos como la autoestima, la actitud positiva,
etcétera.
La práctica musical
necesita, generalmente, de una interpretación colectiva; de ahí que favorezca
el desarrollo de la competencia social entendida como la capacidad para
mantener buenas relaciones sociales. Como afirman Calderón (2013) y Oriola (2017),
el hecho de participar en una banda, una coral o cualquier tipo de agrupación
musical implica convivir, relacionarse, cooperar, colaborar, trabajar en
equipo, entre otras cosas, con el fin de conseguir un objetivo común, lo mismo personal
que colectivo. Todas estas capacidades, habilidades y valores que se llevan a
cabo con la práctica colectiva contribuyen a un desarrollo significativo de las
competencias interpersonales (Ferrer, 2011).
Las competencias para la
vida y el bienestar, que tienen como objetivo hacer frente a los desafíos
cotidianos y mejorar el bienestar personal a través de comportamientos
apropiados y responsables, se pueden fortalecer con la educación musical a
través de cualquiera de sus actividades. Numerosos trabajos (Juslin y Sloboda,
2010; McDonald, Kreutz y Mitchell, 2012) afirman que la escucha y la práctica
musical a través del canto o los instrumentos musicales son algunos de los
recursos más recurrentes para aumentar la felicidad y el bienestar de las
personas.
Como afirman Oriola y
Gustems (2016) la educación musical, sea a través de la escucha, la práctica o
la creación, aumentará las experiencias emocionales de carácter estético
vividas por cada persona, lo que favorecerá su alfabetización emocional, su
regulación emocional, su autoestima, sus relaciones interpersonales, entre
otras, y consecuentemente, su bienestar tanto personal como social. Por lo
tanto, es importante educar en la música desde una perspectiva emocional para
obtener una formación integral tanto a nivel musical como emocional, lo que
repercutirá positivamente en la vida diaria de cada persona.
En la actualidad, factores como las nuevas
tecnologías o la amplia oferta de formación musical (escuelas de música,
conservatorios, videotutoriales, etcétera) han contribuido a aumentar la presencia
de la música más que en cualquier época anterior. Pero la principal razón de su
uso, como siempre ha sido a lo largo de la historia, es su capacidad para
emocionar a las personas de diferentes maneras, evocando, despertando o
intensificando sus emociones.
La música como emoción
estética es un complejo fenómeno en el que interactúan múltiples factores
(genéticos, cognitivos, culturales, entre otros) y en el que se activan zonas
cerebrales estrechamente relacionadas con las emociones cotidianas. Por esta
razón, educación emocional y educación musical forman un binomio muy significativo
a nivel didáctico del cual se pueden beneficiar ambas disciplinas.
La música es un arte de
carácter social con una vertiente emocional implícita, sin la cual no tendría
sentido. Como decía Beethoven: “Tocar una nota equivocada, es insignificante… tocar
sin pasión, es ¡inexcusable!” Todo ello repercutirá positivamente en la
formación emocional de las personas que canten o toquen un instrumento. La
escucha atenta como elemento musical también puede repercutir en la educación
emocional de las personas no expertas en música.
Así pues, un uso
consciente de la música como recurso emocional puede contribuir a aumentar la
experimentación de emociones tanto en cantidad como en tipología, confeccionar
un amplio botiquín musical para la regulación emocional personal o mejorar y
fortalecer la identidad personal y la autoestima, entre otras cosas. Todo ello
es un claro ejemplo de cómo la emoción musical puede ser utilizada en la
educación emocional como un recurso más para la adquisición y desarrollo de
competencias emocionales cuyo último fin es el aumento del bienestar tanto
personal como social.
A pesar de ello, y de
acuerdo con Bisquerra (2009), las emociones estéticas son las más desconocidas.
Se necesitan más estudios de tipo interdisciplinar en el que se integren
música, neurociencias y educación emocional. La utilización de la música como
elemento motivacional en la educación, en los audiovisuales, la publicidad y el
cine, a pesar de su gran utilización, son aún hoy temas poco conocidos por
muchos de los profesionales que trabajan en estos ámbitos, a pesar que incidan
necesariamente en las emociones de los estudiantes y el bienestar del público y
de los ciudadanos.
Abe, J. A., e Izard, C. E. (1999). The developmental functions of emotions: An analysis
in terms of Differential Emotions Theory. Cognition and Emotion, (13), 523-549.
Altenmüller, E., y Schlaug, G. (2012). Music, brain and
health: exploring biological foundations of music’s health effects. En R. McDonald, G. Kreutz y L. Mitchell (eds.), Music,
health, and wellbeing (pp. 12-24). Oxford: Oxford University Press.
Bisquerra, R. (2009). Psicopedagogía de las
emociones. Madrid: Síntesis.
Bisquerra, R., y Pérez, N. (2007). Las competencias
emocionales. Revista de Educación Siglo XXI, (10), 61‐82.
Blood, A. J., y Zatorre, R. J. (2001). Intensely pleasurable responses to music correlates
with activity in brain regions implicated in reward and emotion. Proceedings
of the National Academy of Sciences of the United States of America, (98), 11818-11823.
Buentello R. M., Martínez A. R., y Alonso, M. A.
(2010). Música y neurociencias. Archivo de Neurociencias, 15(3), 160-167.
Calderón, D. (2013). La práctica musical en grupo como
camino hacia el bienestar de los adolescentes. En J. Gustems (ed.), Arte y
bienestar (pp. 61-73). Barcelona: Publicacions i Edicions de la Universitat
de Barcelona.
Calderón, D.,
Gustems, J., Martín, C., Fuentes, C., y Portela, A. (2020). Emociones en la
experiencia artística: claves para el desarrollo educativo y social. Artseduca, (25), 85-101.
Casassus, J. (2007). La educación del ser emocional.
Santiago de Chile: Cuarto Propio.
Cheung, M. C.,
Chan, A. S., Liu, Y., Law, D., y Wong, C. W. (2017). Music training is
associated with cortical synchronization reflected in EEG coherence during
verbal memory encoding. PloS one, 12(3),
e0174906.
Copland, A. (2010). Cómo escuchar música. México:
Mc Graw-Hill.
Eerola, T., Friberg, A., y Bresin, R. (2013). Emotional expression in music: contribution,
linearity, and additivity of primary musical cues. Frontiers in Psychology,
4(487), 1-12.
Ekman, P. (1999).
Basic Emotions. En T. Dalgleish y M. Power (eds.), Handbook of Cognition and
Emotion (pp. 45-60). Chichester: John Wiley & Sons Ltd.
Ferrer, R. (2011).
El cant coral infantil i juvenil educa en valors, hàbits i competències.
(Tesis doctoral.) Gerona: Universitat de Girona.
Gangrade, A. (2012).
The effect of music on the production of neurotransmitters, hormones,
cytokines, and peptides: a review. Music and Medicine, (4), 40-43.
Gordon, C. L.,
Cobb, P. R., y Balasubramaniam, R. (2018). Recruitment of the motor system
during music listening: An ALE meta-analysis of fMRI data. Plos
One,
13(11), e0207213.
Gustems, J., Oriola, S., y Bisquerra, A. (2018).
Dimensiones emocionales del símbolo musical. En J. Gustems (ed.), Música y
símbolo (pp. 34-43). Barcelona: DINSIC.
Harrison, L., y Loui,
P. (2014). Thrills, chills,
frissons, and skin orgasms: toward an integrative model of transcendent
psychophysiological experiences in music. Frontiers in Psychology, (5),
790.
Hunter, P. G., y
Schellenberg, E. G. (2010). Music
and Emotion. En M. R. Jones, R. Fay y A. Popper (eds.), Music Perception
(pp. 129-164). Nueva York: Springer.
Ilie, G., y Thompson,
W. F. (2006). A comparison of
acoustic cues in music and speech for three dimensions of affect. Music
Perception, (23), 319-329.
Izard, C. E.
(1977). Human Emotions. Nueva York: Plenum Press.
Jallais, C., y Gilet,
A. (2010). Inducing changes
in arousal and valence: Comparison of two mood induction procedures. Behavior
Research Methods, 42(1), 318-325.
Jaschke, A.
(2019). Music, Maestro, Please: Thalamic multisensory integration in music
perception, processing and production. Music and Medicine, 11(2),
98-107.
Juslin, P., y
Sloboda, J. (Eds.). (2010). Handbook of Music and Emotion. Oxford:
Oxford University Press.
Juslin, P. N., y
Vastfjall, D. (2008). Emotional responses to music: the need to consider
underlying mechanisms. Behavioral and Brain Sciences,
(3), 559-621.
Justel, N., y Diaz, V. (2012). Plasticidad cerebral:
participación del entrenamiento musical. Suma Psicológica, 19(2), 97-108.
Kenny, D. T.
(2011). The Psychology of Music Performance Anxiety. Nueva York: Oxford
University Press.
Koelsch, S.
(2010). Towards a neural basis of music-evoked emotions. Trends in Cognitive
Sciences, (14), 131-137.
Konečni, V. J.
(2008). Does Music Induce Emotion? A Theoretical and Methodological Analysis. Psychology
of Aesthetics, Creativity, and the Arts, 2(2), 115-129.
Logeswaran, N., y
Bhattacharya, J. (2009). Crossmodal transfer of emotion by music. Neuroscience
Letters, 455(2), 129-133.
McDonald, R., Kreutz,
G., y Mitchell, L. (Eds.) (2012). Music,
health, and wellbeing.
Oxford: Oxford University Press.
Montalvo, J. P., y
Moreira-Vera, D. V. (2016). El cerebro y la música. Revista
Ecuatoriana de Neurología, 25(1-3), 50-55.
Mosquera, I. (2013).
Influencia de la música en las emociones. Realitas, Revista de Ciencias
Sociales, Humanas y Artes, 1(2), 34-38.
Oriola, S. (2017). Las
agrupaciones musicales juveniles y su contribución al desarrollo de
competencias socioemocionales. El fenómeno de las bandas en la Comunidad
Valenciana y los coros en Cataluña. (Tesis Doctoral.) Lérida: Universitat
de Lleida.
Oriola, S., y
Gustems, J. (2015). Música y adolescencia: usos, funciones y consideraciones
educativas. Universitas Tarraconensis.
Revista de Ciències de l'Educació, (2),
27-42.
Oriola, S., y
Gustems, J. (2015). Educación emocional y educación musical. Eufonía:
Didáctica de la música, (64),
1-5.
Oriola, S., y
Gustems, J. (2016). El procés d’escoltar i produir música. Temps d’Educació,
(50), 69-85.
Peretz, I. (2006). The
nature of music from a biological perspective. Cognition, (100), 1-32.
Plutchik, R. (1991). The
emotions. Londres: University Press of America.
Polo, M. (2010). Historia
de la música. Santander: PUbliCan.
Rentfrow, P. J.
(2012). The role of music in everyday life: current directions in the social
psychology of music. Social and Personality Psychology Compass, 6(5),
402-416.
Russell,
J. A. (1980). A circumflex model of affect. Journal of Personality and
Social Psychology, (39),
1161-1178.
Schubert, E.
(2010). Continuous self-report methods. En P. Juslin y J. A.
Sloboda (eds.), Music
and emotion: Theory and research (pp. 223-253). Oxford: Oxford University
Press.
Schulkin, J., y
Raglan, G. B. (2014). The
evolution of music and human social capability. Frontiers
in neuroscience, (8),
292.
Sel, A., y Calvo-Merino, B. (2013). Neuroarquitectura
de la emoción musical. Revista de Neurología, (56), 289-297.
Soria-Urios, G., Duque, P., y García-Moreno, J. M.
(2011). Música y cerebro (II): Evidencias cerebrales del entrenamiento musical.
Revista de Neurología, 53(12),
739-746.
Strait, D. L.,
Slater, J., O’Connell, S., y Kraus, N. (2015). Music training relates to the development of neural
mechanisms of selective auditory attention. Developmental Cognitive
Neuroscience, (12), 94-104.
Stravinsky, I.
(2008). Poètica Musical. Vic: Accent Editorial.
Trallero, C. (2013). Música, una terapia para el
estrés docente. En J. Gustems (ed.), Arte y bienestar (pp. 61-73).
Barcelona: Publicacions i Edicions de la Universitat de Barcelona.
Willems, E. (2011). Las bases psicológicas de la
educación musical. Barcelona: Paidós.
Zamacois, J. (2002). Teoría de la música.
Barcelona: S. A. Idea Books.
Zamorano, A. M., Cifre, I., Montoya, P., Riquelme, I.,
y Kleber, B. (2017). Insula-based
networks in professional musicians: Evidence for increased functional
connectivity during resting state fMRI. Human Brain Mapping,
(38), 4834–4849.
[1] El concepto de educación musical va más allá de la música que se aprende durante los años de escolarización y engloba todos aquellos conocimientos relacionados con la música, que pueden ir aumentando y perfeccionándose a lo largo de la vida, es decir, una educación musical vital que también incluye a adultos.