La
Inteligencia Emocional como fundamento
de la Educación Emocional
Emotional Intelligence as a Basis of Emotional Education
Pablo Fernández Berrocal
Universidad de Málaga, España
Rosario Cabello
Universidad de Granada, España
Fecha de recepción: 13 de diciembre de 2019.
Fecha de aceptación: 20 de mayo de 2020.
Resumen
Este artículo presenta la influencia y la relevancia de la Inteligencia Emocional (IE) como fundamento de la educación emocional en su 30 aniversario. En concreto, se describe el modelo de IE como habilidad de Peter Salovey y John Mayer y se resaltan sus ventajas sobre otros modelos de IE como el de Daniel Goleman para su aplicación a la educación de las emociones en la sociedad y en la escuela. Se expone también la evidencia científica sobre los beneficios de la IE en el ámbito escolar, mostrando su relevancia en la salud y la felicidad, la convivencia escolar o el rendimiento académico de las personas. Finalmente, se presentan los programas de educación emocional RULER e INTEMO/ INTEMO+ diseñados desde el modelo de habilidad de Mayer y Salovey que nos muestran que cuando el alumnado ha recibido una educación en IE adecuada y con programas bien implementados disfruta de una vida sociofamiliar y académica de mayor calidad y bienestar.
Palabras clave: inteligencia emocional, educación emocional, programas de intervención, salud, bienestar
Abstract
This paper presents the influence
and relevance of Emotional Intelligence (EI) as the foundation of emotional
education on its 30th anniversary. Specifically, the EI model of Peter Salovey
and John Mayer is described as an ability model with its advantages over other EI
models such as Daniel Goleman's is highlighted for its applications to the
education of emotions in society and at school. The scientific evidence on the
benefits of EI in the school environment is also shown, showing its relevance
in health and happiness, school life or people's academic performance. Finally,
we present the RULER and INTEMO / INTEMO + emotional education programs
designed from the Mayer and Salovey’s ability model which shows that, when
students have received an adequate education in EI and with well-implemented
programs, they enjoy better and with greater quality of life and well-being the
socio-family relations and academic experiences.
Keywords: emotional intelligence, emotional education, programs of intervention,
health, wellbeing
Sabemos
lo que somos, pero no sabemos lo que podemos ser
Hamlet, William Shakespeare
El gran Carlos Gardel en su famosa canción Volver decía “Que veinte años no es nada”, y quizás treinta años tampoco lo sean, como lo demuestra que el aniversario del concepto de inteligencia emocional (IE) haya llegado de forma tranquila y silenciosa, casi sin darnos cuenta, a sus 30 años. En 1990 los profesores Peter Salovey (Yale University) y John Mayer (University of Hampshire) publicaron el primer artículo científico con el título de “Inteligencia Emocional”, en el que se desarrollaba de forma explícita el concepto (Salovey y Mayer, 1990). No obstante, la IE pasó desapercibida para el mundo durante varios años, y no fue hasta la aparición del libro superventas Inteligencia Emocional, escrito por el divulgador Daniel Goleman, que el entusiasmo por la IE floreció (Goleman, 1995). Este entusiasmo ha ido creciendo de forma vertiginosa, apareciendo la IE de manera constante en las noticias y los programas de máxima audiencia de la televisión y formando parte de la cultura de masas de las sociedades avanzadas del siglo XXI.
En estos treinta años la repercusión del libro de Goleman ha sido tan intensa en la sociedad, que la mayoría de las personas comprometidas e implicadas con la educación emocional identifican a la IE con la propuesta divulgativa de Goleman, desconociendo, en cambio, la visión más científica de la IE, y a investigadores tan relevantes como Mayer y Salovey. Si analizamos la propuesta de Goleman vemos que va más allá del concepto de IE y abarca otras cualidades personales más globales que, en algunos casos, se confunden con lo que en psicología denominamos “los rasgos de personalidad”. En la literatura especializada los modelos similares al de Goleman son descritos como modelos mixtos (Mayer, Caruso y Salovey, 2016). Estos modelos mixtos definen la IE como una mezcla de habilidades mentales como la conciencia emocional o el autocontrol, con rasgos de personalidad como asertividad, autoestima, independencia y optimismo e, incluso, en algunos de estos modelos se incluyen estados anímicos como la felicidad o habilidades complejas como el liderazgo o el trabajo en equipo. Esta visión tan global, y a la vez tan ambigua e imprecisa, ha generado una ola de confusión e inseguridad en la sociedad, en general, y en los educadores, en particular, sobre qué es y no es la IE y sus beneficios contrastados en nuestra vida profesional y personal.
En este artículo nos centraremos en el modelo teórico de habilidad de Mayer y Salovey, porque creemos que presenta grandes ventajas sobre los modelos mixtos para su aplicación a la educación de las emociones en la sociedad y en la escuela. En concreto, por cuatro poderosas razones:
1.
La
claridad y coherencia teórica del modelo formado por un conjunto de capacidades
o habilidades mentales independientes de otras dimensiones psicológicas ya
existentes, como los rasgos de personalidad.
2.
El
rigor y la validez científica del conjunto de investigaciones realizadas
durante los últimos 30 años, utilizando medidas de evaluación diseñadas
específicamente para evaluar las dimensiones del modelo.
3.
La
capacidad para predecir resultados en ámbitos aplicados muy heterogéneos y
relevantes socialmente.
4.
El
modelo ofrece una guía clara y precisa para entrenar y mejorar estas
capacidades.
Para los científicos sociales Salovey y Mayer, la IE es una inteligencia genuina basada en nuestra capacidad de usar las emociones de forma adaptativa para ajustarnos al medio y solucionar problemas. Desde esta perspectiva teórica, muy conectada con la visión de las emociones de Charles Darwin, la IE consta de cuatro habilidades básicas: percepción y expresión emocional, facilitación emocional, comprensión emocional y regulación emocional.
Estas habilidades, como se describe en la figura 1, se relacionan entre sí de forma secuencial (Mayer y Salovey, 1997; Mayer et al., 2016). Salovey y Mayer conciben la IE como un modelo procesual y circular en el que cada una de las habilidades básicas aporta información a la siguiente para continuar el proceso y dar una solución a una demanda o situación concreta.
Por ejemplo, cuando como docente entro en clase, observo y valoro el estado emocional del alumnado (percepción y expresión emocional), esta información emocional me ayudará a llevar a cabo una actividad más congruente con el estado emocional de la clase (facilitación emocional) y, asimismo, puedo entenderla y contextualizarla (comprensión emocional) para, en último lugar, generar una respuesta que ayude a cambiar y modificar el estado emocional de la clase (regulación emocional).
La novedad del planteamiento procesual es que, si bien la regulación emocional recibe la información de las dimensiones anteriores para dar una solución ajustada a la situación dada, la retroalimentación entre habilidades sigue el proceso hacia delante cerrando el circulo. Es decir, la eficacia de nuestra respuesta de regulación emocional, tanto como de los nuevos elementos incluidos en la situación inicial, son evaluados de nuevo por la habilidad para percibir y expresar emociones, cerrando el círculo y generando la retroalimentación necesaria al proceso para que no se detenga y se mantenga en continua evolución si es necesario.
La definición más extensa y detallada de la IE desde el modelo de Mayer y Salovey sería:
La inteligencia
emocional implica la habilidad para percibir, valorar y expresar las emociones
con exactitud; la habilidad para acceder y/o generar sentimientos que faciliten
el pensamiento; la habilidad para comprender la emoción y el conocimiento
emocional, y la habilidad para regular las emociones que promueven el crecimiento
emocional e intelectual
Mayer y Salovey, 1997
A continuación, describiremos con más detalle cada una de las cuatro dimensiones incluidas en el modelo de habilidad (Mayer y Salovey, 1997; Mayer et al., 2016).
Esta primera dimensión considera la capacidad con la que las personas identifican emociones en uno mismo, a través de los correspondientes correlatos fisiológicos, conductuales y cognitivos que éstas provocan. Asimismo, la dimensión incluye la habilidad para identificar los estados emocionales de otras personas, objetos, colores y diseños por medio de la atención y decodificación de los símbolos verbales, espaciales o auditivos (no verbales). La capacidad para expresar emociones en el lugar y el modo adecuado también forma parte de esta dimensión.
Cómo las emociones influyen en nuestro pensamiento, en nuestro procesamiento de la información y viceversa son procesos incluidos en esta dimensión. Una vez percibidas las emociones, éstas son capaces de facilitar los niveles más básicos del procesamiento cognitivo, ya que dirigen la atención hacia la información relevante. Además, las emociones representan la información implícita de nuestra experiencia previa, de modo que no es necesario recurrir continuamente al recuerdo explícito de experiencias pasadas para evaluar una nueva situación dada. Es por todo ello que las emociones facilitan la formación de juicios y el análisis de los problemas tanto personales como grupales desde diferentes perspectivas.
Esta dimensión nos permite comprender y razonar sobre la información emocional, entendiendo la relación existente entre las emociones, el contexto, las transiciones de unas a otras y la simultaneidad de sentimientos. De la misma manera, incluye la capacidad para etiquetar emociones, relacionando significantes y significados emocionales. Esta habilidad nos permite comprender tanto nuestras emociones como las de los demás.
La habilidad para regular emociones es la dimensión más compleja del modelo. En concreto, porque la efectividad de la regulación emocional dependerá en gran medida del éxito de los procesos emocionales anteriores. Una vez llegados a esta fase, para regular el mundo emocional propio y ajeno es necesario estar abierto a los sentimientos tanto agradables como desagradables. Dicha tolerancia permitirá reflexionar acerca de los sentimientos, descartando o utilizando la información que nos proporcionan en función de su utilidad. Además, la dimensión incluye la habilidad para moderar las emociones desagradables y aumentar las agradables, sin reprimir ni exagerar la información que ellas conllevan, a nivel intrapersonal e interpersonal.
La IE y la educación emocional son aún consideradas en muchos centros educativos un lujo innecesario e, incluso, una pérdida de tiempo que puede dificultar los objetivos académicos clásicos centrados sólo y exclusivamente en los aspectos cognitivos (Bisquerra, 2016; Fernández-Berrocal, 2018).
Este escepticismo desconoce toda la evidencia científica acumulada durante los últimos 30 años sobre cómo la IE se relaciona con aspectos tan relevantes para la vida de las personas como la salud y la felicidad, la convivencia escolar o el rendimiento académico (Fernández-Berrocal, 2018; Mayer et al., 2016). Vamos a resaltar algunos de estos beneficios en el ámbito escolar.
La investigación ha demostrado que las personas emocionalmente inteligentes disfrutan de una mejor salud física y mental; por ejemplo, tienen menos síntomas psicosomáticos, menos ansiedad, estrés y depresión, así como un uso de estrategias de regulación emocional más adaptativas (Fernández-Berrocal y Extremera, 2016; Martins, Ramalho y Morín, 2010; Megías-Robles, Gutiérrez-Cobo, Gómez-Leal, Cabello, Gross y Fernández-Berrocal, 2019). Diferentes estudios también nos indican que la IE es un factor protector de la ideación suicida y de los intentos de suicidio, lo cual es muy relevante si tenemos en cuenta que el suicidio es la segunda causa de muerte entre los jóvenes de 15 a 29 años (Domínguez-García y Fernández-Berrocal, 2018). Por otra parte, la investigación nos indica que la IE nos ayuda a gestionar de mejor manera conductas de riesgo como el consumo de drogas legales, como tabaco y alcohol, y de drogas ilegales, como cannabis o cocaína (Kun y Demetrovics, 2010). Pero la IE, además de ayudarnos a tener una mejor salud y adaptarnos mejor a las exigencias de nuestra vida cotidiana, nos facilita la búsqueda de emociones positivas mejorando nuestros niveles de bienestar y felicidad personal (Sánchez-Álvarez, Extremera y Fernández-Berrocal, 2015).
Diferentes revisiones y meta análisis nos muestran que la IE es muy relevante en el alumnado para el desarrollo de conductas empáticas, cívicas y tolerantes hacia sus iguales, dando lugar a unas relaciones entre ellos más satisfactorias y positivas, con una disminución significativa de comportamientos agresivos como el bullying y el ciberbullying y, por tanto, generando un clima y una convivencia escolar más constructiva y saludable (García-Sancho, Salguero y Fernandez-Berrocal, 2014; Gómez-Ortiz, Romera y Ortega-Ruiz, 2017; Gutiérrez-Cobo, Cabello y Fernández-Berrocal, 2017).
Un meta análisis reciente ha demostrado que los estudiantes más inteligentes emocionalmente tienen un mejor rendimiento académico, tanto en la escuela como en la universidad, incluso cuando se controlan variables tan relevantes como su inteligencia y sus rasgos de personalidad (MacCann, Jiang, Brown, Double, Bucich y Minbashian, 2020). ¿Por qué estos estudiantes tienen más éxito académico? Los estudiantes con más IE tienen más éxito académico porque comprenden y regulan mejor las emociones desagradables como la ansiedad, la tristeza o el aburrimiento, muy frecuentes en la vida escolar, y que afectan negativamente a su rendimiento intelectual. Además, estos estudiantes saben gestionar de forma más eficaz el complejo mundo social que les rodea, construyendo mejores relaciones con sus profesores, compañeros y familiares, lo que es muy importante para el éxito académico.
En resumen, podemos decir que ser emocionalmente inteligente es muy adaptativo y tiene grandes ventajas y beneficios para las personas a lo largo de todo el ciclo vital, pero ¿se puede educar y mejorar esta inteligencia? La respuesta es sí, y vamos a mostrar algunas propuestas sobre cómo educar las emociones desde el modelo de habilidad de Mayer y Salovey que han tenido éxito y lo han logrado.
La IE
como habilidad se ha trabajado desde diferentes programas que educan las
emociones de niños y adolescentes, así como del profesorado, como RULER en Estados
Unidos, o INTEMO e INTEMO+ en España (Brackett, Craig,
Bailey, Hoffmann y Simmons, 2019; Cabello, Castillo, Rueda, y Fernández-Berrocal, 2016; Nathanson,
Rivers, Flynn, y Brackett, 2016; Ruiz-Aranda, Cabello, Salguero, Palomera,
Extremera y Fernández-Berrocal, 2013).
El programa RULER, desarrollado por el profesor Marc Brackett,[2]
es uno de los programas más prestigiosos y efectivos y se está aplicando en más
de 2000 escuelas de Estados Unidos, así como en otras partes del mundo (México,
Australia, Gran Bretaña). El acrónimo RULER (Recognizing, Understanding,
Labeling, Expressing, and Regulating) hace referencia, siguiendo el modelo
de Salovey y Mayer, a cinco habilidades emocionales relevantes: reconocimiento,
comprensión, etiquetado, expresión y regulación de las emociones. El programa
RULER tiene como objetivo mejorar el bienestar personal, los procesos y
estrategias de aprendizaje en la enseñanza y el liderazgo educativo, el
rendimiento académico, así como el clima emocional del aula. Este programa está
enfocado en el desarrollo de la IE tanto en niños y niñas como en adultos,
implicando a toda la comunidad educativa. Es decir, va dirigido a todas
aquellas personas que forman parte de la comunidad educativa.
En España, desde el Laboratorio de Emociones de la Universidad de
Málaga[3]
hemos desarrollado los programas INTEMO e INTEMO+ para mejorar la IE de la
población adolescente. Estos dos programas son intervenciones universales,
resultado de estudios cuasiexperimentales longitudinales a través de los que se
ha demostrado su eficacia. La implementación tanto del INTEMO como del INTEMO+
ha demostrado tener un impacto positivo con estudiantes adolescentes españoles
de entre 11 y 17 años. En concreto, los adolescentes que disfrutaron del
programa INTEMO e INTEMO+, a diferencia de los que no lo hicieron,
desarrollaron un mayor ajuste psicológico: menores niveles de depresión,
ansiedad y afectividad negativa, menor atipicidad, locus de control externo,
somatización, estrés social y mayor autoestima (Ruiz-Aranda, Castillo,
Salguero, Cabello, Fernández-Berrocal, y Balluerka, 2012).
En relación con problemas externalizantes, también encontramos un
impacto positivo del programa sobre los adolescentes que pasaron por él,
mostrando éstos menor hostilidad y conductas agresivas, así como mayor conducta
prosocial y empatía en comparación con aquellos adolescentes que no fueron
entrenados en el INTEMO e INTEMO+ (Castillo-Gualda, Cabello, Herrero,
Rodríguez-Carvajal, y Fernández-Berrocal, 2018; Castillo, Salguero,
Fernández-Berrocal y Balluerka, 2013).
Los programas INTEMO e INTEMO+ están estructurados de modo muy similar
y se basan en el modelo teórico de IE como habilidad de Mayer y Salovey (1997).
Constan de 12 sesiones distribuidas en cuatro fases, que corresponden a las
cuatro ramas del modelo teórico de Mayer y Salovey (1997): percepción y
expresión, facilitación, comprensión y regulación emocional. Además, el
programa INTEMO+ incluye dos sesiones más de carácter transversal. En concreto,
la elaboración de un “Periódico emocional” y un “Guion de cine”, que tratan de
ejercitar la mayor parte de las habilidades de IE en su conjunto (ver figura 2).
En resumen, las actividades propuestas contienen ejercicios para
realizarse en horario de clase y ejercicios de refuerzo propuestos para
trabajar los contenidos curriculares del curso o para utilizar en otros
contextos como el familiar. Cada sesión tiene una duración de 55 minutos y se
especifica la duración concreta de cada actividad. Para mayor claridad, y a
modo de ejemplo, en la figura 3 presentamos la estructura general que siguen
todas las sesiones propuestas.
Estos programas se presentan como un conjunto de actividades que,
llevadas a cabo en un tiempo determinado y siguiendo un sencillo protocolo,
supone beneficios a corto y a medio plazo en relación con la salud mental y la
prevención de conductas disruptivas de los adolescentes. Múltiples centros
educativos de nuestro país y de otros como Chile, México, Uruguay, Argentina,
Portugal o Italia han experimentado estos beneficios.
No obstante, el hecho de que estos programas de educación emocional
hayan funcionado bien y generen buenos resultados no es suficiente para
asegurar su éxito en futuras aplicaciones. Esto es, los programas deben mostrar
su eficacia científicamente y tener una coherencia teórica, pero además deben
implementarse atendiendo a una serie de factores identificados por la
investigación como relevantes para su adecuada aplicación (Durlak, 2016). Un meta
análisis sobre 200 programas SEL (Social and Emotional Learning) compara
programas bien implementados versus programas con problemas en la
implementación y concluye que los mejores resultados pertenecen a los primeros
(Durlak, Weissberg, Dymnicki, Taylor y Schellinger, 2011).
Cabe destacar que uno de los aspectos más importantes de cara a la
adecuada implementación de programas de educación emocional es la formación de
los docentes en torno a los conceptos relacionados con la IE. No debemos
olvidar que los agentes principalmente implicados en la educación emocional en las
escuelas son los docentes y que, sin ellos formados adecuadamente, no podemos
educar en emociones a las futuras generaciones. En este sentido, los programas
INTEMO e INTEMO+ han sido adaptados para adultos con el objetivo de formar al
profesorado en IE, desarrollando así tanto sus habilidades emocionales, como
sus recursos para la aplicación de ambos programas en sus escuelas.
En concreto, el programa de IE para la formación de los docentes tiene
una estructura que, ajustándose al modelo de Mayer y Salovey, se apoya en los
programas INTEMO e INTEMO+. Más específicamente, atendiendo a los factores
identificados como relevantes para una adecuada aplicación, nuestro diseño de
formación para los docentes está estructurado en tres niveles distintos de
entrenamiento:
-
Nivel
1. En este nivel se educan las habilidades emocionales de los docentes a través
de una formación intensiva de 30 horas. En la figura 4 se detalla la distribución
de horas de trabajo para la formación del nivel 1, ajustado a 30 horas.
-
Nivel
2. A través de este segundo nivel se sigue trabajando la IE propia, pero
mediante el aprendizaje de la aplicación de los programas INTEMO e INTEMO+.
-
Nivel
3. En este entrenamiento se profundiza tanto en la aplicación de los programas
de IE, como en las propias habilidades emocionales de los docentes. Esta última
formación, de carácter avanzado, está dirigida fundamentalmente a aquellos
docentes que de algún modo están relacionados y comprometidos con la ejecución
del programa a medio-largo plazo en un centro escolar.
En resumen, la puesta en práctica de los programas INTEMO e INTEMO+ de
educación emocional ha generado efectos muy positivos de tipo cuantitativo
recogidos en publicaciones científicas de alto impacto y visibilidad, pero
también ha producido resultados cualitativos de gran relevancia. Por ejemplo,
el grado de satisfacción tanto del alumnado como de los docentes ha sido muy
elevado. Según los testimonios, participar en este programa les ha permitido
crecer tanto a nivel personal como profesional, permitiéndoles entre otras
cosas “generar sentimiento de grupo en el aula”.
“Que treinta años no es nada”, versionando a Gardel, quizás sea verdad, pero en el ámbito de la IE los progresos logrados durante estas tres décadas han sido muy relevantes y han hecho grandes aportaciones a la educación emocional, como se ha detallado en este artículo.
No obstante, como hemos resaltado, si queremos avanzar en el desarrollo de la IE y de la educación emocional tenemos que apostar por hacerlo desde el rigor científico para llevar a la escuela y la sociedad estos conocimientos con criterios basados, no sólo en la intuición, sino también en la evidencia.
Esto nos ayudará a eliminar la confusión existente acerca de lo que es (o no) la IE, identificándola de forma adecuada, para así no confundirla con otros conceptos relacionados pero independientes, pensando que todos aquellos aspectos no cognitivos que son relevantes para la educación de las personas forman parte de la IE.
En otro sentido, diferentes revisiones y meta análisis nos han demostrado que la IE tiene grandes beneficios en el ámbito escolar, que van desde disfrutar de una mejor salud y bienestar personal, a unas relaciones sociales más constructivas y positivas, pasando por un mejor rendimiento y éxito académicos. Asimismo, similares beneficios se han comprobado tras la aplicación de programas SEL, mostrando que el alumnado que ha recibido una educación en IE adecuada y con programas bien implementados como RULER o INTEMO e INTEMO+ disfrutan de una vida sociofamiliar y académica de mayor bienestar (Brackett et al., 2019; Cabello et al., 2016; Durlak et al., 2011).
En conclusión, todo este trabajo, fruto del rigor científico, será el
que marque el camino que debemos recorrer en las próximas décadas y que posibilitará
que, en un futuro, el acercamiento que la educación está experimentando hacia
la educación emocional no sea “un sueño de una época” o el fruto de una moda
transitoria de algunos, sino una inmersión comprometida de la comunidad educativa
y la sociedad con el reto fascinante de desarrollar estas habilidades emocionales.
Un futuro que debe comenzar ya para comprender
que la educación emocional no es un “lujo”, sino una herramienta imprescindible
para adaptarnos a los grandes cambios e incertidumbres del siglo XXI y mejorar el
bienestar y la calidad de nuestra vida personal y profesional.
Agradecimientos
Esta investigación fue financiada en parte por los proyectos PSI2017-84170-R del Ministerio de Economía,
Industria y Competitividad (España) y SEJ-07325 de la Consejería de Economía,
Innovación, Ciencia y Empleo de la Junta de Andalucía.
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[1] Las referencias a la obra de ambos autores sin fechas en específico se refieren al conjunto que se encuentra en las referencias finales: Brackett, Rivers, Reyes y Salovey (2012); Mayer, Caruso y Salovey (2016); Mayer y Salovey (1997); Salovey y Mayer (1990).
[2] Véase ei.yale.edu
[3] Véase http://emotional.intelligence.uma.es