Editorial
Pedagogía de la educación emocional: enfoques, experiencias y debates
Pedagogy of Emotional Education: Approaches, Experiences and Debates
El tema de
las emociones ha sido abordado desde múltiples perspectivas y disciplinas.
Cierto que el corpus de conocimiento generado a la fecha reviste gran
importancia y se ha ido perfilando como ámbito de estudio por derecho propio en
distintas disciplinas, tanto científicas como humanísticas. Hay que reconocer
que el tema de las emociones, su investigación y las intervenciones que de ésta
se derivan resulta de lo más controvertido e intrincado, siempre abierto al
debate y a la expectativa de nuevos encuadres epistémicos y metodológicos.
El campo
de la educación emocional ilustra en buena medida lo antes dicho. Pena y
Repetto (2008) postulan que es a finales de los años noventa del siglo
antecedente cuando surge un gran interés por la investigación educativa en el campo
de las emociones. El constructo de la inteligencia
emocional, por lo menos en la comunidad científica española, y nos atrevemos a pensar
que también en otros países hispanohablantes, resulta el detonador de la
entrada de la educación emocional en las escuelas y universidades. A partir de
ese momento proliferan estudios interesados en perfilar la naturaleza de los
procesos emocionales y afectivos en los contextos educativos, se impulsa la
generación de instrumentos de medición, pero sobre
todo, el diseño y puesta en práctica de programas de intervención que pretenden
fomentar una serie de habilidades y competencias emocionales. No tardan en
surgir las discusiones clásicas relativas a si se está hablando de habilidades
de procesamiento cognitivo, rasgos de personalidad o construcciones sociales, e
incluso si es válido hablar de competencias. Estos debates impregnan los
distintos intentos por generar abordajes pedagógicos efectivos, sobre todo en
ámbitos como la orientación y la tutoría escolar, que en un primer momento se
considera el espacio privilegiado de tal formación.
En
consonancia, el papel del docente-tutor que fomenta, conduce y modela tales
habilidades sociales comienza a ser objeto de análisis y cuestionamiento
respecto a su nivel de responsabilidad y a los alcances de tal encomienda. Con
el advenimiento de un nuevo siglo, se depositan grandes expectativas en lograr
que la educación emocional contribuya al rendimiento académico del alumnado, a
su motivación por aprender y, en general, a su bienestar y desarrollo humano.
En diversos estudios se han encontrado relaciones significativas entre el
manejo o regulación emocional con el acoso escolar, conductas de riesgo,
niveles de ansiedad y estrés en estudiantes, entre otros factores, lo que incrementa
la convicción de la comunidad científica respecto a que las emociones pueden y
deben ser abordadas explícitamente en las instituciones escolares.
En la
lógica unidisciplinar propia de la modernidad
occidental, las emociones se han investigado en la ciencia positiva ya sea
desde las teorías sociales (sociología, historia, antropología, etcétera) o en
las llamadas ciencias psy (psicología, psiquiatría,
neurociencias, entre otras). En las primeras, con énfasis en los aspectos
culturales y sociohistóricos o bien en correlatos como la clase social, la raza
o el género que dan la pauta a determinadas expresiones emocionales en un
colectivo. Por su parte, en el caso del estudio desde las ciencias psy, se ha querido ahondar ya sea en los correlatos
biológicos y neurológicos que sustentan los fenómenos psicológicos y
comportamentales, o bien en los aspectos subjetivos, en las expresiones del yo
y la identidad de la persona humana, como entidad única e irrepetible, pero
también para diferenciar desarrollos “normotípicos”
de “atípicos”.
Al mismo
tiempo, en muchos enfoques a lo largo de la centuria anterior se ha aceptado
explícita o implícitamente la dicotomía entre razón y emoción, que ha derivado
en pedagogías que educan “por separado” el manejo de las emociones, la
autoestima, la disposición por aprender, la empatía o la llamada inteligencia
emocional. De ahí que en algunos proyectos educativos la opción deseada (o la
única posible) resida en un tratamiento extracurricular de la educación
emocional o en la creación de asignaturas aisladas, que no se vinculan con las
abocadas a “cultivar el intelecto y el pensamiento científico” de los
educandos. En otros casos, se ha optado por transversalizar el tema en algunas
asignaturas referidas a tutoría y orientación, educación cívica y ética, por
citar algunas, teniendo mayor o menor fortuna en sus alcances.
No es de
extrañar que un debate latente resida en la cualidad de los procesos afectivos,
en cuanto entidades esenciales, naturales y universales, o bien, por el
contrario, como producto de las interacciones en el seno de la cultura, además,
como una especie de performances emocionales derivados y educados en
función de determinadas relaciones históricas de poder y control social.
En las
líneas anteriores hemos querido reconocer lo complejo del tema, que puede caer
en propuestas simplistas, reduccionistas y hasta contradictorias, para
desconcierto del profesorado, que se encuentra preocupado ante la
responsabilidad de esta tarea pedagógica. A nuestro juicio, uno de los mayores
retos es el de aportar evidencia respecto a los beneficios de la educación
emocional en el estudiantado, siempre apelando a entender el contexto, la
perspectiva del propio participante y los aspectos de tipo interseccional
involucrados. En muchos estudios lo que se informa son datos de autorreporte o satisfacción con la experiencia, pero no se
logran desvelar los aprendizajes socioemocionales consolidados y su acción
benéfica en la población-meta.
En su afán
de contribuir a fundamentar la práctica de la educación emocional con base en
investigación sólida y de vanguardia, los diferentes volúmenes de la Revista
Internacional de Educación Emocional y Bienestar (RIEEB) han dado apertura
a discursos científicos, humanísticos y políticos respecto a lo que son las
emociones y su expresión en los planos intra e intersubjetivo. Toca ahora el
turno de dilucidar el estatuto de la Pedagogía de la educación emocional,
reconociendo que existen diversos enfoques teóricos y epistemológicos. Aunque
se puede hablar de casos que definen ejemplos de buena práctica e
investigaciones que ofrecen inquietantes aportes, también es menester
visualizar los alcances, limitaciones y controversias existentes.
Al
respecto, coincidimos con Zembylas (2019) en que
enfrentamos el reto de discernir la imbricación entre emoción y pedagogía desde
una perspectiva de conocimiento complejo, interdisciplinar y contextual, y no
más desde posiciones reduccionistas o esencialistas. Tal como lo han planteado
en su mayoría los articulistas en varios números de la RIEEB, hay que
cuestionar la dicotomía entre razón y emoción, fortalecer el estudio de las
intersecciones entre los planos intra e intersubjetivo, tomando en cuenta que
todo lo personal es político.
Estamos
frente al surgimiento de nuevas teorías de la afectividad, en particular desde
encuadres posmodernos, decoloniales y postestructurales,
desde teorías críticas de la afectividad, miradas del feminismo y desde
encuadres socioconstructivistas revisitados. No en
balde, Clough (2008) acuñó el concepto de giro
afectivo en las ciencias sociales y las humanidades, del cual se viene hablando
desde la década de los noventa.
Con el regreso de las emociones a las
ciencias sociales, se da también un “regreso del sujeto” en las ciencias
sociales, y con él, la necesidad de revisar las bases ontológicas y epistémicas
de las metodologías de investigación (Corduneanu,
2021, p.136).
Lo
anterior explica, por ejemplo, la creciente atención al estudio del cuerpo y de
las emociones desde una perspectiva inter y transdisciplinar, donde confluyen
las teorías de la subjetividad, el feminismo o el psicoanálisis, entre otras.
También es un reflejo de cambios en la vida cotidiana de una sociedad volcada
en medios de comunicación y redes sociales, en el llamado marketing
emocional y en “la creación de nuevos espacios públicos que se dedican a
revelar y escudriñar emociones” (Corduneanu, 2021, p.
137).
El tema de
las emociones, tradicionalmente ubicado como objeto de estudio psicológico y
campo de intervención de pedagogías propias de la era industrial, se
reposiciona. Las emociones no son sólo estados psicológicos o intrapsíquicos
individuales, sino también prácticas socioculturales privilegiadas en
determinados sistemas sociales y modeladas desde visiones hegemónicas que habrá
que diseccionar críticamente.
Por ende,
las voces de los actores de la educación ocupan un lugar primordial en la
investigación sobre educación emocional. La expectativa es que docentes y
estudiantes dejen de visualizarse como sujetos-receptores de un experimento
externo, y asuman el rol de seres humanos sentipensantes
(Fals-Borda, 1993) que consienten participar en estudios focalizados en
comprender cómo se forman y expresan las emociones en los contextos actuales de
escolaridad institucional, así como en la educación no formal e informal ¿De
qué depende que estos espacios de interacción puedan transformarse en
escenarios de desarrollo humano y bienestar compartido? Las voces de docentes, estudiantes,
tutores, familias y otros educadores de interés revisten legitimidad en cuanto
expresan distintas vivencias, perspectivas o ángulos de la problemática en
cuestión, para dar cuenta de las rutas de concreción de los proyectos
educativos en las aulas y proponer otros cauces de acción.
No se
trata de educar las emociones en el sentido de imponer acríticamente formas de
pensar y sentir desde perspectivas adultocéntricas o
patriarcales, dado que es innegable que la educación emocional se entrecruza de
manera necesaria con la educación valoral, la ética
del cuidado, los derechos humanos y la aceptación no sólo del yo, sino también
del otro. Por ello este número convocó a discutir no sólo teorías y modelos
educativos, sino también a desvelar tomas de postura y análisis críticos en
torno a las pedagogías de la educación emocional.
Es muy
cierto que “una pedagogía bien fundamentada precisa su concreción práctica en
una realidad sociocultural determinada” (Ylla-Janner
en Buxarrais y Burguet,
2016, p. 11). Por ello consideramos que las metodologías, estrategias
didácticas y de aprendizaje, dispositivos tecnológicos, materiales de trabajo y
planeaciones educativas generadas en las propuestas de educación emocional,
podrán cobrar sentido sólo si logran articularse en un encuadre pedagógico
situado, acorde con dichas realidades. La educación emocional contempla un
aprender a ser, pero a la vez interpela el aprender a convivir, por lo que no
puede sustraerse al plano de los valores y la moral en la sociedad.
Como
comentario final, hablamos de una pedagogía de las emociones que no puede
cerrarse en sí misma ni en la nostalgia de las didácticas clásicas propias de
otros momentos históricos, sino que debe estar en un diálogo permanente con los
procesos históricos, culturales, políticos y psicológicos que configuran
identidades y sentidos en la sociedad que estamos viviendo, pero con miras a la
que deseamos transformar. Ésa es la mejor forma de leer el mundo en el sentido freiriano del término.
Invitamos
al lector a una acuciosa lectura de los artículos que integran este número
monográfico, que seguramente despertarán la sensibilidad e imaginación que
conduce a pensar en una mejor educación para todas y todos los seres humanos.
Frida Díaz Barriga Arceo
Facultad de Psicología
Universidad Nacional Autónoma de México
Referencias
Buxarrais, M. R., y Burguet, M. (Coords.) (2016). Aprender a ser. Por una pedagogía de la interioridad. Barcelona: Graó.
Clough, P. (2008). The
Affective Turn: Political Economy, Biomedia and Bodies. Theory, Culture & Society,
25(1), 1 -22. http://dx.doi.org/10.1177/0263276407085156
Corduneanu, V. I. (2021). El giro afectivo y sus
desafíos metodológicos: nuevos horizontes teóricos y metodológicos en
comunicación en el siglo XXI. En M. Vaca y M. A. Guerreo (eds.), La comunicación y sus guerras
teóricas. Introducción a las teorías de la comunicación y los medios (pp. 135-158). Nueva York: Peter
Lang.
Fals-Borda, O. (1993). La investigación
participativa y la intervención social. Documentación Social. Revista de
Estudios Sociales y de Sociología Aplicada, 92, 9-21,
Pena, M., y Repetto, E. (2008). Estado
de la investigación en España sobre inteligencia emocional en el ámbito
educativo. Electronic Journal of
Research on Educational Psychology, 6(2),
401-420.
Zembylas, M. (2019). Intentos por discernir la compleja imbricación entre
emoción y pedagogía: contribuciones del giro afectivo. Propuesta Educativa,
28(51), 15-29.