REVISTA INTERNACIONAL DE EDUCACIÓN EMOCIONAL Y BIENESTAR 2024
VOL. 4 • NÚMERO 2 • JULIO-DICIEMBRE
ISSN ELECTRÓNICO: 2954-4599
PÁGINAS 115-141
https://doi.org/10.48102/rieeb.2024.4.2.98
Esta obra está bajo una Licencia Creative Commons
Atribución-NoComercial-CompartirIgual
4.0 Internacional.
Ingreso: 3 de
mayo de 2024
Aceptación:
25 de septiembre de 2024
María Rodríguez Germán
Universidad del Atlántico Medio, España
mro1991@hotmail.com
https://orcid.org/0009-0002-8527-2031
Mario García-Domínguez
Universidad
del Atlántico Medio, España
mariogdoviedo@gmail.com
https://orcid.org/0000-0002-4263-7363
Cómo citar: Rodríguez, M., y García- Domínguez, M. (2024). Un paseo
emocionante: análisis bibliográfico sobre la relevancia de las emociones en
Educación Infantil y Primaria.
Resumen
Este trabajo realiza un
análisis bibliográfico acerca de la importancia que ha adquirido el tratamiento
de las emociones para el correcto desarrollo educativo del alumnado de
Educación Infantil y Primaria, por encontrarse en una etapa de enormes cambios
vitales. Además de analizar detalladamente los conceptos de emoción e
inteligencia emocional, se dejará constancia de la necesidad de la detección de
las emociones en los menores para asegurar su buen desarrollo. Se recogerán
algunos de los aspectos positivos del desarrollo de la educación emocional en
la escuela, destacando la mejora de la personalidad de los menores. Asimismo,
se reflejará la relevancia que invisten el profesorado y las familias en el
desarrollo emocional del alumnado de Educación Infantil y Primaria. Finalmente
se propondrán numerosas actividades con las que dinamizar la educación
emocional en los centros escolares y se plantearán las conclusiones de este
trabajo.
Palabras clave: educación,
emoción, inteligencia, empatía, autoconcepto
Abstract
This
work conducts a bibliographic analysis on the importance that emotional
treatment has acquired for the proper educational development of Early
Childhood and Primary Education students, as they are in a stage of enormous
life changes. In addition to analyzing in detail the concepts of emotion and
emotional intelligence, the need for detecting emotions in minors to ensure
their proper development will be documented. Some of the positive aspects of
developing emotional education in schools will be collected, highlighting the
improvement of minors’ personalities. Likewise, the relevance of teachers and
families in the emotional development of Early Childhood and Primary Education
students will be reflected. Finally, numerous activities will be proposed to
stimulate emotional education in schools, and the conclusions of this work will
be presented.
Keywords: education, emotion, intelligence, empathy, self- concept
Las emociones juegan un papel destacado en todas las fases que comprenden
el desarrollo psicofisiológico de cada persona. Hasta hace muy pocos años, el
análisis de las emociones había ocupado un segundo plano en el ámbito escolar,
pero en la actualidad esta cuestión llama la atención del profesorado. Las
emociones intervienen sobre todo en el proceso de enseñanza-aprendizaje del
alumnado de Educación Infantil y Primaria (0-12 años), por lo tanto, el
profesorado ha de contribuir a su desarrollo cognitivo a través de la gestión
de las emociones (Barrientos et al., 2019).
En la actualidad el profesorado se halla ante un gran desafío, como es el
desarrollo de las emociones en el aula (Trujillo et al., 2020). Para
alcanzar este reto, cada equipo docente de los centros educativos debe dotar a
los discentes, a través de la creación de entornos educativos apropiados, de
las herramientas pedagógicas necesarias para el control de sus emociones (Anzelin et al., 2020). El desarrollo emocional del
estudiantado supone a este grupo mejorar tanto su rendimiento académico como su
desarrollo psicoevolutivo. De hecho, ha sido demostrada recientemente la
relación entre la gestión de las emociones y una mayor probabilidad de éxito en
los niveles personal y profesional (Dadich y Olson,
2017). Otros autores que respaldan el desarrollo emocional del alumnado son Denham et al. (2016), quienes destacan la relevancia
de desarrollar las competencias emocionales en los discentes, vinculándola con
un mejor desempeño académico y social. Por otra parte, Bisquerra-Alzina y
Pérez-Escoda (2012) resaltan que la educación emocional debe ser un proceso
permanente que promueva el desarrollo integral del estudiantado. También
subrayan que no es suficiente proporcionar información sobre las emociones,
sino que es vital trabajarlas de manera práctica mediante dinámicas grupales.
A pesar de que la educación emocional ha ganado relevancia en los últimos
años, varios autores han planteado críticas significativas al desarrollo de las
emociones en el aula y a los programas de educación emocional. Freire (2002)
ofrece un análisis riguroso de la educación emocional, criticando los enfoques
centrados en la gestión individual de las emociones y abogando por una práctica
que impulse la emancipación. Por otra parte, Cassà
(2005) sugiere que las actividades de identificación emocional podrían
simplificar excesivamente las experiencias emocionales complejas. Menéndez
(2018) subraya que el discurso sobre la inteligencia emocional en educación no
es neutral ya que posee implicaciones sociales, mientras pone en duda la
eficacia de los programas de alfabetización emocional. Cornejo-Chávez et al.
(2021) cuestionan la adaptación de los discentes sin tener en cuenta sus
valoraciones morales, sugiriendo que esto podría llevar a ignorar una serie de
realidades.
Aunque en la actualidad se ha avanzado significativamente en este aspecto
al considerar la educación emocional como un objetivo primordial del currículum
español, es razonable señalar que el alum- nado debe hacer frente a muchos
estímulos (originados en esencia por el abuso de las nuevas tecnologías) que
relegan a la educación a un plano secundario (Carballo, 2021). Las
distracciones ocasionadas por el uso de los medios digitales (sobre todo,
videojuegos y redes sociales) entran en competencia directa con el tiempo y la
atención que deberían invertirse en el desarrollo de las habilidades
emocionales (Osa, 2019). Este fenómeno puede conducir a un creciente desinterés
por parte del estudiantado hacia sus responsabilidades académicas,
comprometiendo tanto su bienestar emocional como su capacidad para gestionar
eficazmente sus emociones en un entorno cada vez más digitalizado (Cassiano et
al., 2021).
En definitiva, el ámbito emocional de los menores ha de constituir un
elemento vital en el proceso de enseñanza-aprendizaje. Fernández-Berrocal y
Extremera (2009) han puesto de manifiesto que la inteligencia académica no es
suficiente por sí misma para el logro de la felicidad, sino que ésta se
alcanzará cuando las personas sean inteligentes emocionalmente. Diversos
trabajos ratifican dicha premisa, pues los estudiantes que poseen mayor inteligencia
emocional son más felices y tienen mayor éxito en la escuela (Gajardo y
Tilleria, 2019; Fernández-Berrocal y Cabello, 2021).
Por ello se pretende llevar a cabo una completa revisión de los términos
emoción, inteligencia, educación emocional y competencia emocional, además del
papel que juegan tanto los docentes como las familias en el desarrollo
emocional del alumnado. Por último, se propondrán diversas actividades que se
pueden implementar en los centros escolares, garantizando así que los menores
puedan experimentar sus emociones en todo momento.
Para comenzar la elaboración de la presente revisión bibliográfica es
fundamental definir con claridad el objetivo de la misma, pues este he- cho
orientará la selección de las fuentes y el enfoque del análisis. Una vez
establecido el objetivo de la revisión bibliográfica, se procede a la
formulación de preguntas de investigación que delimitarán el alcance de la
revisión, tales como: ¿cómo afectan los programas de educación emocional al
desarrollo de la inteligencia emocional del alumnado?, ¿qué impacto tiene la
educación emocional en la reducción de conflictos en las escuelas?, ¿qué papel
desempeñan las emociones en el proceso de enseñanza-aprendizaje y en la
motivación del alumnado?, ¿cómo se puede evaluar el impacto de la educación
emocional en el bienestar de los discentes?
Con
el fin de asegurar que la presente revisión estuviera lo más actualizada
posible, se realizaron una serie de búsquedas en bases de datos como SciELO (https://scielo.org/es/)
y Redalyc (https://www. redalyc.org/), en motores de búsqueda como Google
Académico (ht- tps://scholar.google.es/) y en directorios como
Dialnet (https://dial- net.unirioja.es/).
Por otra parte, se emplearon diversas palabras clave para extraer toda la
información, tanto en el tesauro de la UNESCO (http://voca- bularies.unesco.org/thesaurus)
como en los motores de búsqueda previamente señalados: literature
review (revisión bibliográfica), review article (artículo
de revisión), systematic review (revisión sistemá-
tica), emotional competencies
(competencias emocionales), emotional education (educación emocional), emotional
intelligence (inteligencia emocional), o propuestas
prácticas de educación emocional en el aula, entre otras.
Asimismo, se llevaron a cabo combinaciones mediante conecto- res booleanos
“AND” y “OR”, considerando documentos de revisión pedagógica
y ciertos capítulos de libros. De todas formas, no se realizó ningún tipo de
filtrado de la información extraída, sino que se optó por incluir una amplia
variedad de fuentes, lo que permite una visión más amplia de los trabajos
existentes. Al no limitarse a un número reducido de documentos, se trató de reunir
diversas perspectivas y enfoques, lo que enriquece la revisión bibliográfica y
aporta una visión holística de la información disponible.
Por último, se pueden diferenciar varias partes en la presente re- visión
bibliográfica según la temática de los artículos seleccionados. Así, en la
primera sección se agrupan aquellos trabajos que tienen un carácter meramente
generalista, pues tratan acerca de los términos educación emocional y emoción.
A continuación, se muestran los artículos que analizan la evolución de los
conceptos inteligencia y competencia emocional, entre otros. En tercer y último
lugar, se agrupan los textos que destacan la importancia de la educación
emocional entre los menores y que recogen experiencias prácticas en el aula. Al
organizar los artículos de esta forma se obtiene una visión más sistemática de
los datos disponibles, permitiendo la identificación de patrones, tendencias y
áreas clave de interés. Este enfoque estructurado no sólo ayuda a entender cómo
se ha reunido y analizado la información, sino que también proporciona una
visión sobre cómo los diferentes aspectos de la educación emocional se
interrelacionan y se aplican en los entornos educativos.
Según Villegas (2020), el origen de la palabra emoción se encuentra
en el término latino emotio, ampliamente
utilizado por la psicología para explicar la respuesta de los humanos frente a
los cambios acontecidos en su entorno. El concepto de emoción se consolidó en
el siglo XIX desde la publicación de Charles Darwin (1872), La
Expresión de las Emociones en el Hombre y en los Animales. En esta obra,
Darwin estableció que los patrones de expresión emocional son innatos y que
existen numerosos programas genéticos que influyen en todas las respuestas
emocionales.
A finales del siglo XIX, William James y Carl Lange afirmaron, a través de
la teoría de James-Lange (James, 1884; Lange, 1885), que las emociones nacen a
partir de las respuestas fisiológicas de los seres humanos ante los cambios del
ambiente. Otros autores más recientes (siglo XX), como Walter Cannon (1927) y Philip Bard (1928), apuntaron en la misma dirección, ya que
afirmaron que las emociones se forman a partir de las experiencias subjetivas
ante un estímulo. Además, coincidiendo con el origen de la psicología, se
admite que el desarrollo del conocimiento como proceso cognitivo presenta una
enorme conexión con diversos elementos emocionales y afectivos (Melamed, 2021).
Para comprender la importancia de la educación emocional es necesario tener
claro qué se entiende por emoción. La Real Academia Española (s. f., definición
1) describe esta expresión como una alteración del ánimo intensa y pasajera,
agradable o penosa que va acompañada de cierta conmoción somática. En el
Diccionario de Neurociencia también figura este concepto, y se define como una
reacción de conducta subjetiva originada por estímulos externos o internos que
inciden sobre los individuos (Mora y Sanguinetti, 2004). Almela et al.
(2019) establecen que las emociones son las re- acciones originadas en
respuesta a los estímulos recibidos, ya sean externos o internos. Por tanto,
puede afirmarse que las emociones dirigen todas nuestras acciones e influyen de
manera determinante en nuestro bienestar. De este trabajo también se puede
concluir que las emociones forman parte de un mecanismo de supervivencia ante
la aparición de posibles amenazas.
Los elementos que interfieren en nuestras emociones son los siguientes
(Kolb, 2005, como se citó en Ibarrola, 2017): conductuales (afectan a la
conducta humana, tales como los gestos), fisiológicos (generados a partir de
numerosos procesos involuntarios, por ejemplo, el tono muscular) y cognitivos
(guardan relación con la manera de procesar la información).
A pesar de que existe una inmensa variedad de emociones, no todos los
individuos las manifiestan en el mismo momento ni de la misma manera. Cada
persona experimenta una emoción específica según la situación causante y sus
experiencias previas (Bertolín-Guillén, 2022). En
definitiva, las emociones ya están presentes desde el nacimiento en forma de
respuestas fisiológicas, pero a medida que las personas se van desarrollando,
comienzan a establecer una serie de relaciones con el medio, por lo que van a
ser capaces de experimentar emociones completamente diferentes (Subero y Esteban-Guitart, 2023).
Antes de detallar el concepto de inteligencia emocional, conviene examinar
el término inteligencia. Es posible encontrar diversas definiciones al
respecto, pero se puede tomar como referencia la que nos ofrece Jean Piaget (siglo
XX). Dicho autor definió inteligencia como un proceso evolutivo de adaptación
al medio, determinado por di- versas estructuras psicológicas que se
desarrollan en las personas al interactuar con el ambiente (Piaget, 1985, como
se citó en Villamizar y Donoso, 2013).
Por su parte, Howard Gardner (siglo XX) contribuyó con el desarrollo de los
sistemas educativos al establecer un concepto de inteligencia más amplio.
Formuló la teoría de las inteligencias múltiples, fundamentada en la existencia
de siete tipos de inteligencia. Cada persona sobresale en ciertas áreas,
dejando otras en un plano secundario (Gardner, 1983, 1993).
Pese a los enormes avances en el desarrollo del concepto de inteligencia,
no se había avanzado apenas con el término inteligencia emocional. Gardner
(1983, 1993) definió la inteligencia emocional como el potencial biopsicológico para procesar la información que pue- de
generarse en el contexto sociocultural para resolver problemas. Sin embargo,
los pioneros en el desarrollo de este término han sido los autores Salovey y
Mayer (1990), quienes definieron la inteligencia emocional como la habilidad
para controlar totalmente las emociones y los sentimientos.
Mayer et al. (2000) entendieron la inteligencia emocional como la
habilidad de cada persona para gestionar la información emocional de forma
precisa, englobando diversos aspectos relacionados con las capacidades para
percibir, asimilar y comprender todas las emociones. Además, el trabajo de
Mayer y Salovey (2007) apuntó en la misma dirección, puesto que la inteligencia
de una persona comprende aquellas habilidades conectadas con las emociones,
incluyendo la comprensión de las mismas, su reconocimiento y su gestión.
Otros autores, como Goleman (2022), resaltan la enorme importancia que tiene
para el alumnado tanto el conocimiento como el control de sus emociones. Por
tanto, para que los equipos docentes puedan dar respuesta de una manera
adecuada a los sentimientos de cada uno de los discentes, es necesario que
puedan analizar sus pensamientos, por lo que deben trabajar en diversas
estrategias de metacognición y metamemoria (Salazar y
Cáceres, 2022).
Para concluir, Goleman (1995), mediante la publicación de la teoría de la
inteligencia emocional, argumentó que las habilidades emocionales son
extremadamente importantes para lograr los éxitos vitales. Este mismo autor
afirma que la inteligencia emocional posee dos componentes (Goleman, 2022):
personales (hacen referencia a aquellas capacidades que afectan a la persona) y
sociales (influyen en el entorno más próximo de un individuo).
Según Zacagnini (2004), una persona competente
emocionalmente está preparada para comprender las emociones del resto y para
manifestar sus emociones ante diferentes contextos. Bisquerra-Alzina y
Pérez-Escoda (2012) establecieron que las competencias emocionales constituyen
una clase de capacidades que son necesarias para la existencia de las personas.
Las competencias emocionales constituyen una temática de creciente
importancia en los ámbitos psicológico y educativo. Des- de una perspectiva
psicológica, las competencias emocionales se asientan en la teoría de la
inteligencia emocional propuesta por Goleman (1995). Se ha demostrado que las
personas con altos niveles de competencias emocionales tienden a experimentar
mayor bienestar emocional, a mantener relaciones interpersonales más
satisfactorias y a enfrentar con mayor eficacia los desafíos de la vida
cotidiana (Pérez-Escoda y Filella-Guiu, 2019).
Además, estas habilidades suponen un gran beneficio para el desempeño académico
y laboral, así como para una toma de decisiones efectiva (Kilag
et al., 2024). Por lo tanto, promover el desarrollo de las competencias
emocionales se ha con- vertido en una prioridad en los ámbitos formativo y
laboral, con el objetivo de preparar a las personas para una vida más exitosa.
En definitiva, las competencias emocionales constituyen un excelente
complemento al desarrollo cognitivo de los individuos, esencial- mente en su
etapa formativa. El modelo del GROP (Grup
de Recerca en Orientació Psicopedagógica,
Bisquerra y Pérez-Escoda, 2007) proporciona una explicación pormenorizada de
las competencias emocionales existentes: a) conciencia emocional (capacidad de
una persona para tomar conciencia de las propias emociones y de las emociones
de los demás); b) regulación emocional (está basada en la capacidad de un
individuo para manejar apropiadamente las emociones); c) autonomía emocional
(incluye una serie de elementos relacionados con la autogestión, destacando la
responsabilidad); d) competencia social (se trata de la capacidad de cualquier
individuo para establecer y mantener buenas relaciones con otras personas); e)
competencias para la vida y el bienestar (formadas por muchas actitudes,
habilidades y valores que favorecen el desarrollo personal y social).
La educación emocional es un proceso educativo continuo y constante
que tiene por objetivo desarrollar las competencias emocionales como parte
esencial del desarrollo del ser humano. Los principios clave sobre los que se
sustancia la educación emocional son (Bisquerra, 2000): a) autoconocimiento
emocional, b) autorregulación, c) motivación, d) empatía y e) habilidades
sociales.
Los estudios neurocientíficos han demostrado la íntima conexión entre las
emociones y los procesos de aprendizaje, destacando la interacción
multifacética entre los elementos cognitivos, emocionales y fisiológicos (Erk et al., 2003; Citri y Malenka, 2008; Gruart, 2014).
Esta integración se manifiesta en la idea de que el acto educativo constituye
una experiencia emocional, yendo más allá de una visión cognitiva de la
enseñanza. Además, la educación emocional se basa en el desarrollo de diversas
competencias que mejoran el bienestar y enriquecen los procesos de
enseñanza-aprendizaje, competencias que, como se mencionó en el apartado
anterior, han sido descritas por los investigadores del GROP (Bisquerra y
Pérez-Escoda, 2007).
Tanto el desarrollo emocional como el cognitivo forman los componentes
vitales de la personalidad integral. Por ello, el análisis de las emociones
tiene por objeto facilitar a las personas los recursos necesarios para
enfrentarse a los desafíos de la vida cotidiana (Belli e Íñiguez-Rueda, 2008).
La educación emocional es un enfoque pedagógico que bus- ca promover el
desarrollo integral de los individuos al reconocer la importancia de las emociones
en el aprendizaje, el bienestar y el éxito vital (Pastor-Porras y Marín, 2021).
Su principal cometido es el de enseñar las habilidades emocionales, sociales y
de autorregulación que permitan a todas las personas comprender, expresar y
gestionar sus emociones de manera efectiva, así como relacionarse con el res- to de individuos (Pastor-Porras y Marín, 2021). Según
Steiner y Perry (1998), la educación emocional se debe enfocar hacia el
desarrollo de las capacidades asociadas a la comprensión y expresión de sus
emociones y empatía hacia las emociones de otras personas. Por otra parte,
Greenberg (2000) defendía que para transmitir las habilidades relacionadas con
el desarrollo emocional es necesario crear un en- torno propicio en los centros
educativos y en los hogares, de manera similar a como se han creado espacios
físicos que promueven el desarrollo corporal.
Por lo tanto, la educación emocional es crucial para el desarrollo de una
personalidad integral. De acuerdo con las aportaciones de Bisquerra (2000), la
educación emocional presenta los siguientes principios: a) el desarrollo
emocional supone el desarrollo global de los individuos, por lo que la
educación debe permitir el cultivo de los sentimientos, b) la educación
emocional se concibe como una modificación sustancial de las estructuras
cognitivas, actitudinales y procedimentales, c) la educación emocional ha de
extenderse a lo largo del periodo formativo del alumnado, d) la educación
emocional debe adoptar un carácter participativo, pues requiere la implicación
de los miembros que conforman la comunidad educativa, e) la educación emocional
debe estar sujeta a un proceso continuo de revisión y evaluación que permita
adaptar las necesidades de los participantes.
Investigaciones recientes, como las de Durlak et
al. (2011), han demostrado que los programas de aprendizaje socioemocional
no sólo mejoran las habilidades emocionales del alumnado, sino que también
tienen un impacto positivo en su rendimiento académico. Asimismo,
investigaciones longitudinales como las realizadas por Mayer et al.
(2008), han evidenciado que las competencias emocionales constituyen excelentes
predictores del éxito en diversos ámbitos de la vida adulta, incluyendo las
relaciones interpersonales y el desempeño laboral. En el ámbito educativo, Brackett et al. (2011) han señalado la enorme
importancia de la inteligencia emocional de los maestros para la creación de
ambientes de aprendizaje positivos. Estos hallazgos subrayan la necesidad de
integrar la educación emocional de manera sistemática tanto en el currículum
educativo como en la formación docente, como proponen Fernández-Berrocal y
Extremera (2002).
En definitiva, el análisis del concepto de inteligencia emocional nace en
el seno de la psicología, mientras que la educación emocional surge tras los
hallazgos producidos en la investigación psicológica. La implementación de las
medidas que mejoran la educación emocional en las aulas debe constituir un
proceso continuo, cuyo principal objetivo es el de preparar a las personas ante
los desafíos que tienen por delante (Pérez-Escoda y Filella-Guiu,
2019).
La educación emocional se basa en las siguientes premisas: a) desde la
perspectiva de la finalidad de la educación (el Informe a la UNESCO de la
Comisión Internacional sobre Educación para el siglo XXI su- giere que
todos los países deben realizar diversos esfuerzos educativos, basados en
cuatro pilares: aprender a conocer, aprender a ser, aprender a hacer y aprender
a vivir; Delors, 1996), b) desde el análisis de todas las necesidades sociales
(la sociedad demanda que los sistemas educativos deben contemplar aquellos
problemas relacionados con la violencia de género, el estrés laboral y los
conflictos bélicos, entre otros; López et al., 2020), c) desde el
desarrollo de múltiples investigaciones en diversos campos científicos (a lo
largo de los últimos años, se han producido avances en el estudio de las
inteligencias múltiples, la inteligencia emocional y el funcionamiento del
cerebro; Fernández-Berrocal et al., 2023), d) desde los factores
afectivos y motivacionales en el proceso de enseñanza-aprendizaje (las
investigaciones han demostrado el papel esencial de las actitudes positivas y
la aceptación en el éxito de las tareas escolares; Mateos-Núñez et al.,
2020), e) desde la evolución de las tecnologías de la información y la
comunicación (el progreso tecnológico ha reducido sensiblemente las relaciones
interpersonales, por lo que se demanda una educación que proporcione las
herramientas necesarias para afrontar con garantías las demandas sociales;
Bernate y Guativa, 2020), f) desde los resultados de
todos los procesos educativos (elevados índices de fracaso escolar, las
dificultades de aprendizaje y las conductas disruptivas pueden crear estados
emocionales desfavorables, llegando incluso a la depresión; Bernate y Guativa, 2020).
Los fundamentos de la educación emocional se encuentran en las siguientes
aportaciones: a) aportes de la pedagogía (pensadores como Montessori o
Pestalozzi han hecho hincapié en la fusión de los aspectos emocionales con los
cognitivos para el correcto desarrollo del proceso educativo), b) aportes de
las teorías de las emociones (estas teorías han permitido conocer las
emociones; Buss et al., 2019), c) aportes de
la psicología humanista (Maslow (1982) y Rogers (1978) señalan que una de las
metas de la educación es la satisfacción de las necesidades psicológicas; d) la
teoría de las inteligencias múltiples de Gardner (1983, 1993) incentivó el
proceso educativo al avalar que la amplia mayoría de personas tiene un gran
espectro de inteligencias, e) el concepto de inteligencia emocional (varios
autores, tales como Goleman, 2022) destacaron la enorme importancia del
concepto de inteligencia emocional para la formación integral de los
individuos), f) aportes de la neurociencia (han permitido determinar tanto la
anatomía como la fisiología del cerebro, contribuyendo a la construcción del
concepto de cerebro emocional).
Este enfoque multidisciplinario subraya la relevancia de la conciencia
emocional, la regulación emocional y las habilidades sociales como competencias
fundamentales para el bienestar personal y social (Barrios-Tao y Peña, 2019).
Según Bisquerra-Alzina y Pérez-Escoda (2012), los objetivos que aspira a
llevar a cabo la educación emocional son los siguientes: a) reconocer y
gestionar las propias emociones, b) identificar las emociones del resto de
individuos, c) prevenir los efectos perjudiciales de las emociones negativas,
d) desarrollar las aptitudes para crear emociones positivas y e) adoptar una
actitud positiva ante la vida.
Fernández-Berrocal y Extremera (2002) añaden que la educación emocional
pretende potenciar la adaptación al contexto y el afrontamiento de los retos
vitales. Brackett et al. (2011) enfatizan que
un objetivo fundamental de la educación emocional es preparar a los docentes
para el desarrollo de ambientes de aprendizaje emocional- mente inteligentes.
En conjunto, todos estos objetivos buscan dotar a los individuos de
herramientas para gestionar eficazmente sus emociones y relaciones interpersonales,
contribuyendo así a su desarrollo personal y profesional.
La inteligencia emocional es una habilidad clave en la vida de cualquier
individuo, ya que permite entender, gestionar y expresar las emociones propias
y ajenas. Es imprescindible potenciar la enseñanza de la inteligencia emocional
en las instituciones educativas con el fin de que el alumnado pueda tener éxito
a lo largo de su vida (Torres-Torres et al., 2021).
Tal y como se analizará en los siguientes apartados, la educación emocional
juega un papel determinante en el sistema educativo español, puesto que permite
al estudiantado el desarrollo de habilidades que les ayudan a relacionarse con
su entorno. La adquisición de estas habilidades es necesaria para el alumnado
porque mejora su rendimiento académico y su bienestar (Bisquerra-Alzina y Chao,
2021).
La relevancia de la educación emocional se asienta en la necesidad del
desarrollo de habilidades como la empatía, la resolución de conflictos, la
autoestima y la conciencia personal (García-Morales, 2022). Algunas formas de
incorporar la educación emocional en los centros educativos son: a) por medio
de programas de educación emocional (varias instituciones educativas cuentan
con diversos programas específicos en los que se enseña el reconocimiento y la
gestión de emociones; De Andrés, 2005), b) prácticas de mindfulness (la
aplicación de técnicas de meditación es necesaria para que el estudiantado sea
consciente de sus propias emociones; Robles, 2020), c) creación de entornos
emocionalmente seguros (estos ambientes permiten que los discentes puedan
expresar sus emociones libremente; Goleman et al., 2016; Ibarrola,
2017), d) fomentar la resolución pacífica de los conflictos (la resolución
autónoma de conflictos es vital para el alumnado; Galindo-Domínguez et al.,
2022) y f) impulso de las habilidades sociales (fundamentales para que la
interacción de los discentes con el resto sea eficaz; Lantieri,
2010).
El papel de los docentes en la formación de los discentes constituye un
factor fundamental para el buen desarrollo del proceso enseñanza-aprendizaje.
Además de transmitir saberes básicos, el profesorado debe constituir un buen
referente para la correcta adquisición de las actitudes personales y
emocionales en el alumnado (Pereira, 2007).
Tal y como indicaron Bisquerra y Navarro (2018), el personal docente tiene
que poseer una buena formación en educación emocional, para que pueda responder
a las emociones del estudiantado. Para lograrlo, se están desarrollando
programas de inteligencia emocional específicos para maestros (Schoeps et al., 2020).
Para crear entornos de aprendizaje apropiados, el profesorado tiene que ser
capaz de motivar a todos los discentes teniendo en cuenta el contexto. Por
tanto, la capacidad del maestro para hacer suyas las preocupaciones del
alumnado constituyen un factor vital para su labor (Castellanos, 2023).
Siguiendo las estrategias que proporciona Rodríguez (2007), el profesorado
ha de mostrar una actitud de escucha activa, además de fomentar el respeto
entre iguales. Asimismo, los docentes han de incentivar el diálogo en el aula,
por lo que las tutorías suelen resul- tar idóneas para el desarrollo de la educación emocional,
pues este tiempo es esencial para que los discentes puedan expresar sus
sentimientos (Cogollos, 2021).
De la misma forma, para la promoción de la educación emocional es
totalmente necesario que el profesorado lleve a cabo una intervención adecuada
con cada discente. Para Barrera et al. (2022) y Espinoza-Freire (2022),
el equipo docente ha de construir un entorno que permita al estudiantado tener
más capacidad de autocontrol y más grado de autonomía en su aprendizaje.
Por otra parte, se debe tener muy en cuenta a las familias para el
apropiado desarrollo del proceso educativo de los discentes. Tal y como asegura
Romera (2017), en el círculo familiar se van a experi-
mentar las primeras relaciones interpersonales de los menores, por tanto, estas
experiencias son fundamentales para poder comprender los comportamientos
observados en la escuela.
Los adultos han de servir de ejemplo ante ciertas conductas, ya que los
discentes van a aprender de los progenitores pautas emocionales, jerarquización
de valores y formas de enfrentarse a situaciones nuevas (Tornés et al.,
2021). Por ello, es trascendental mantener una estrecha colaboración entre las
familias y el personal docente, a través del diseño de pautas de acción que
permitan desarrollar conjuntamente las emociones de los menores.
La educación emocional en el ámbito escolar tiene como principal misión
desarrollar las competencias emocionales en el alumnado. Para lograr este fin,
una de las estrategias más eficaces es la implementación de programas de
educación emocional que faculten a los discentes la adquisición de las
mencionadas competencias. En la tabla 1 aparecen algunas de las múltiples
actividades llevadas a cabo para el desarrollo emocional del estudiantado de
Educación Infantil y Primaria:
Tabla 1. Actividades desarrolladas en las
aulas de Educación Infantil y Primaria, cuyo fin ha sido el de promover la
educación emocional entre los menores
Actividad propuesta |
Etapa educativa |
Breve descripción |
Conclusiones |
Referencias |
La sonrisa perfecta |
Educación Primaria |
Los menores recibieron una serie de fichas que contienen expresiones faciales asociadas a las diferentes emociones. A continuación, el alumnado escuchó el cuento titulado “La sonrisa perfecta” e identificó las emociones contenidas en dicha narrativa. Finalmente, los discentes relacionaron esas emociones con sus propias vivencias. |
Desarrollo de las habilidades sociales. Incremento del vocabulario emocional. Manejo de la expresión de las emociones. |
Ares, 2013 |
Semáforo emocional: luz verde |
Educación Primaria |
Los menores han tenido que valorar las posibles soluciones ante una situación problemática, además de regular las emociones negativas. |
Mejora del grado de satisfacción del alumnado. Mayor regulación y autonomía emocional. |
Filella-Guiu et al., 2014 |
Actividad propuesta |
Etapa educativa |
Breve descripción |
Conclusiones |
Referencias |
Murales de las emociones |
Educación Infantil Educación Primaria |
Los discentes han tenido que buscar diversas expresiones a partir de periódicos y revistas para conocer cada una de las emociones. |
La mayoría de los maestros afirmó que hay que desarrollar la inteligencia emocional para cumplir con la normativa en materia de educación. Una gran parte de los discentes mostró sus sentimientos ante el resto y solucionó sus conflictos a través del diálogo pacífico. |
Aguaded y Valencia, 2017 |
Aprendiendo a Sentir |
Educación Infantil |
Para el desarrollo del proyecto se llevaron a cabo 12 actividades repartidas en 33 sesiones para que los menores fuesen capaces de reconocer y reflexionar sobre las propias emociones y las ajenas. |
Mejora del grado de comunicación entre el equipo docente y el alumnado. Gestión de la expresión emocional. Desarrollo de las competencias sociales. |
Ortega-Villaizán, 2017 |
EmpapArte de emoción |
Educación Infantil |
Por medio de esta actividad se convirtió el aula en un museo para que los menores comprendiesen que es un espacio para el diálogo y la socialización. Cada día se destaparon tres obras de arte para poder trabajar una emoción concreta a través de la identificación y el descubrimiento. |
Mejora de la identificación y gestión de las propias emociones. Desarrollo de las habilidades para alcanzar el bienestar emocional. |
Martín, 2018 |
Teatro de las emociones |
Educación Primaria |
Se expuso a los discentes ante diversas situaciones cotidianas en las que participaran las emociones. Posteriormente, debieron representar esta situación al resto de la clase. |
Aumento de habilidades comunicativas. Mayor expresividad de emociones. Mejor capacidad de autocontrol. Desarrollo de estrategias para trabajar en equipo. |
Sandoval et al., 2020 |
Educando las emociones |
Educación Primaria |
Por medio del desarrollo de 18 actividades de diversa índole, se buscaba desarrollar tanto la empatía como las relaciones sociales en los menores. |
Identificación de los sentimientos propios y ajenos. Mejora de las relaciones personales. Estimula la comprensión de las emociones. Incentiva el control de los sentimientos. Fomenta la regulación de las emociones. |
Pérez-López y Gómez-Hurtado, 2021 |
Fuente:
elaboración propia.
Mediante la aplicación de la Ley 14/1970, del 4 de agosto, se buscaba la
formación íntegra y el desarrollo de la personalidad del estudiantado. Sin
embargo, uno de los aspectos más desfavorables que pre- sentaba esta ley es que
dicha formación dejaba en un segundo plano el desarrollo de los aspectos
emocionales y afectivos del alumnado. En 1990, gracias a la implementación de
la Ley Orgánica 1/1990, del 3 de octubre, se empezaba a considerar la dimensión
cívica de las personas, por lo que la educación en valores adquirió un enorme
auge, aunque la educación emocional apenas estaba representada.
Sin embargo, no es sino hasta la publicación de la Ley Orgánica 2/2006, del
3 de mayo, cuando se empezó a considerar la educación emocional como un aspecto
a tener en cuenta para el desarrollo de los discentes, dado que en la
mencionada normativa se hacía especial mención a las emociones. La implantación
de la Ley Orgánica 8/2013, del 9 de diciembre, no produjo avances
significativos para el fomento de la educación emocional en las aulas, aunque
sí estableció la atención al desarrollo afectivo y la gestión de las emociones.
No será sino hasta la entrada en vigor de la Ley Orgánica 3/2020, del 29 de
diciembre, por la que se modifica la Ley Orgánica 2/2006, del 3 de mayo, cuando
se haga hincapié en el concepto de educación emocional, puesto que en su
preámbulo se alude a la importancia del trabajo de los valores y de las
emociones en el alumnado.
El análisis de las emociones ha sido objeto de estudio de numerosas
disciplinas como psicología, pedagogía, sociología o neurociencias. Es evidente
que el reconocimiento y la gestión de las emociones entre los discentes de
Educación Infantil y Primaria es una de las competencias que los docentes han
de adquirir y desarrollar, de acuerdo con la normativa española en materia de
educación (Ley Orgánica 3/2020, del 29 de diciembre, por la que se modifica la
Ley Orgánica 2/2006, del 3 de mayo). Por tanto, es esencial que los maestros se
formen activamente en la gestión de emociones del alumnado. Aunque en la
actualidad son varios los centros educativos que están implementando en las
aulas los programas de educación emocional (Camacho y Ceja, 2022), la
apreciación del desarrollo emocional sigue siendo aún insuficiente, puesto que
se priorizan los saberes básicos del currículum.
Por otro lado, para fortalecer la educación emocional en México, es clave
aprovechar el impulso generado por la reforma “Aprendizajes Clave para la
Educación Integral”, que incluye la asignatura de Educación Socioemocional
(Domínguez, 2017). Al igual que en España, los profesores mexicanos deben estar
formados en competencias emocionales, puesto que son ellos quienes tienen que
fomentar tales habilidades en el aula. Además, en México (como en España), se
re- comienda desarrollar programas de intervención basados en diversas
evidencias científicas, como los propuestos por Osorio (2023), que han mostrado
claramente tener un impacto positivo en el ambiente escolar y en el fomento de
la empatía en el estudiantado. Finalmente, es vital la existencia de
colaboraciones entre las instituciones educativas, investigadores y
organizaciones especializadas, como la Red Internacional de Educación Emocional
y Bienestar (RIEEB), para apoyar la investigación e implementación
de mejores prácticas en educación emocional.
A través de la revisión bibliográfica expuesta, se puede apreciar cómo el
abordaje de las emociones posee una enorme trayectoria, teniendo como autores
más ilustres a Daniel Goleman et al. (1995, 2016, 2022), John Mayer
(1990, con Salovey y Caruso, 2000, con Salovey, 2007) y Salovey y Mayer (1990).
A pesar de ello, el análisis de la repercusión de las emociones en los
individuos es bastante, lo que se refleja en autores contemporáneos como Rafael
Bisquerra (2000, con Pérez-Escoda, 2007 y 2012, con Chao, 2021) y Begoña
Ibarrola (2017).
Uno de los principales objetivos que pretende alcanzar la educación es la
formación integral de las personas, a través de la implantación de numerosas
metodologías activas. Este hecho permite adaptar los procesos de
enseñanza-aprendizaje para cada estudiante a través del desarrollo de las
emociones en el aula, lo cual no sólo personaliza la experiencia educativa,
sino que también refuerza las relaciones interpersonales, creando un ambiente
propicio para el aprendizaje integral (García-Morales, 2022). Pero es
totalmente necesario tener en cuenta que la formación en educación emocional no
es responsabilidad exclusiva del profesorado, sino que requiere asimismo la
intervención de las familias, por constituir el agente socializador más
destacado para el alumnado (Castellanos, 2023).
Mediante esta exhaustiva revisión se pueden extraer una serie de conclusiones
que destacan la importancia y el impacto de la educación emocional en
diferentes ámbitos de la vida personal y académica del estudiantado. En primer
lugar, se ha evidenciado que la educación emocional juega un papel crucial en
la capacidad de las personas para gestionar sus emociones (Bisquerra-Alzina y
Pérez-Escoda, 2012). Esta habilidad es crucial no sólo para lograr el bienestar
emocional, sino también para abordar los desafíos sin ningún tipo de problema.
Manejar las emociones evita conflictos y favorece la toma de decisiones.
En segundo lugar, la gestión apropiada de las emociones potencia
significativamente la formación de relaciones interpersonales. Esto se
manifiesta en conductas cada vez más empáticas, fruto de una mayor comprensión
y respeto por los sentimientos y necesidades de los demás (Bisquerra y
Pérez-Escoda, 2012). La empatía, cultivada a través de la educación emocional,
permite desarrollar vínculos personales más robustos. Asimismo, la educación
emocional tiene un impacto directo en el rendimiento escolar del alumnado, dado
que al adaptar los procesos de enseñanza-aprendizaje a las necesidades
emocionales y cognitivas de los discentes, se promueve un entorno que favorece
tanto el aprendizaje significativo como su desarrollo integral (Dadich y Olson, 2017).
Además, la educación emocional proporciona al alumnado las herramientas
para que pueda enfrentar sus problemas con mayores probabilidades de éxito
(López et al., 2020). Estas herramientas, que mejoran la habilidad para
la resolución de conflictos, son vitales para el bienestar general. Finalmente,
es crucial señalar que en varios centros educativos la educación emocional ha
sido reconocida como un pilar esencial para que el alumnado aprenda
significativa- mente (Camacho y Ceja, 2022). El profesorado ha comprendido que
el desarrollo emocional del estudiantado es tan importante como el académico,
por lo que ha incorporado los programas de educación emocional en el currículum
educativo. Dicha integración mejora el proceso educativo y ofrece al alumnado
las habilidades necesarias para afrontar con éxito los desafíos de la vida.
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